sábado, 13 de abril de 2024

No te quiero, pero

Yo no sé sentir a medias. A mí los sentimientos me llevan por delante, como cuando estás en la playa y viene una ola que no te esperas y acabas con agua, sal, arena y varios arañazos en la cara. Y más, cuanto más tiempo pasa. Y más, si me miras como me miraste tú el último día que nos vimos.

No, no te quiero. No es posible, no te conozco. Pero me muero por conocerte, como dice la canción. Por saber qué desayunas, qué canción no soportas, qué te saca de quicio y qué te llena de paz cuando los días deciden torcerse. Por saber qué injusticias te sacan de tus casillas, cómo ordenas el cajón de los calcetines, cuál es tu color favorito y qué te encanta hacer cuando no te apetece hacer nada. ¿Prefieres series o películas? ¿Dulce o salado? La del frío y el calor me la sé, y desde entonces le doy una oportunidad al verano.

No sé sentir a medias, en seguida me paso de frenada y, de repente, pongo un poco de corazón donde no viene a cuento. No, no quería quedarme toda la noche abrazada a ti en el coche. Quería quedarme más noches. En principio, todas las noches, si me lo preguntas.

Todo el tiempo es corto contigo y cualquier distancia se me hace demasiado larga cuando lo que quiero es sentirte cerca. Tengo la sensación de nunca tener demasiado de ti y, sin embargo, estando tú, no me hacen falta más cosas. Te prometo que jamás nadie me había mirado de la forma en que me mirabas tú ese último día, y también te prometo que me voy a quedar colgada de esa mirada mucho tiempo.

Pero sigo sin poder hablar de quererte, porque sigo sin conocerte. Tampoco me has dejado, siendo honestos, pero no has conseguido quitarme las ganas de saber en qué lado de la cama duermes, si prefieres ducharte por la mañana o por la noche, qué cosas te hacen gritar de emoción, cuál es tu montaña rusa favorita, cuál es tu lugar favorito en el mundo, qué te daba miedo de pequeño y, por supuesto, qué es lo que te da miedo ahora. Y si era verdad que me ibas a echar de menos.

Y si era verdad lo de gustarte del cero al diez, un quince... pero con sentimientos. Sobre todo, eso último.

Porque yo no te quiero, pero podría quererte si te conociera.

lunes, 5 de febrero de 2024

Es verano aunque sea invierno.

El invierno duró más de lo normal porque le tuve miedo a una primavera vacía. Pero llegó junio, llegó el verano, y llegó el sol a besarme el pelo.

De repente, no sé de qué color son tus ojos porque me da vergüenza mirarte a la cara y se me eriza la piel si me rozas de pasada. Un día me di cuenta de que todo el rato sonríes cuando me hablas y ya nunca más volví a fijarme en si había nubes o no. Y, ya ves, no hay más que contar, salvo un espejismo muy breve en que parecía que sí, pero resultó que no. Y no sé cómo explicarle a la gente que me da igual, que sigue siendo verano en invierno, que por primera vez eso está bien y que yo sé que igual este sol al final me acaba quemando, pero, de momento, me gusta notar cómo bailan las mariposillas en mi estómago cada vez que te voy a ver, cada vez que me acuerdo o cada vez que me invento un universo alternativo donde parece que sí y, al final, también.

Desprendes todo el rato esa energía capaz de convencer a cualquiera de que al final todo va a salir bien, de que es fácil y de que todo vale la pena. Y, por supuesto, me convences. Y, por supuesto, cómo no voy a querer tener cerca todo el rato a alguien que me hace sentir de esa manera.

No te voy a mentir, a veces me acuerdo. De la realidad, quiero decir. De que la vida no es el universo paralelo en el que pienso antes de irme a dormir. Ni del que hablan las canciones. Ni del que me gustaría escribir. A veces me acuerdo, aunque se me olvida cuando te veo. A veces me acuerdo y pienso que, bueno, una nunca sabe cómo le va a sorprender la vida mañana, como me sorprendió el día que estaba tan nublado y de repente contigo salió el sol. Igual mañana se abre una flor que me quita el miedo a las primaveras vacías y se me olvida todo lo que te he escrito. Pero, mientras tanto, estás siendo un verano eterno, con la luz del sol reflejada en el agua del mar del azul de tu jersey.

Mientras tanto, todavía no sé de qué color son tus ojos porque me sigue dando vergüenza mirarte a la cara.

sábado, 18 de noviembre de 2023

Alzando el vuelo.

Hoy, el cielo se ha roto. El suelo está lleno de azul, de reflejos de estrellas y de rayos de Sol. Un pedazo del rastro de un cometa, gotas de lluvia de nubes desechas.

Sin querer, tropiezo con los restos del vuelo de un pájaro, y al tropezar, caigo y estoy volando.

Con las plumas esparcidas por el suelo me coso unas alas. No tengo hilo ni aguja, tengo ganas y con eso me sobra.

Sigo volando, cada vez más alto. El Sol no me quema porque está hecho añicos. No hay obstáculos que me paren, porque están todos en el suelo, y yo vuelo.

Vuelo más, cada vez más, porque no hay murallas que me frenen. Roto, lo que antes era el cielo no es el límite.


Creo que escribí esto en 2014 o 2015, no estoy segura. De lo que sí estoy segura es de que entonces era una gran mentira, aunque yo no me diera cuenta, y por eso lleva guardado en un cajón tantos años. 

He pasado los últimos once años de mi vida, más o menos, echándome de menos. Echando de menos cómo era yo misma en algún momento del pasado. No qué tenía, no cómo era mi vida. Cómo era yo. La ilusión que me hacían las cosas, el brillo en los ojos, no sé, la ligereza de quien no mira para atrás porque piensa que lo tiene todo por delante. No siempre he sido consciente de esa sensación, me doy cuenta ahora, pero sí sé que la tenía. Esa nostalgia enfermiza, que te envenena poco a poco y te apaga por dentro. 

No significa que no haya sido feliz en este tiempo, eso no es verdad. Claro que lo he sido, mucho, y tal vez me haya reído más que nunca. No tengo claro que sea capaz de explicarlo bien, pero todo el tiempo me sobrevolaba la certeza de saber que podía ser más feliz, porque había sido más feliz en otro momento, y ahora no lo conseguía. Y no se trataba de tener o dejar de tener algo concreto, se parecía más bien a cuando estás enfermo y te acuerdas todo el rato de cuando no lo estabas pero sientes que nunca más vas a dejar de estarlo.

Hace unos días, me di cuenta de que estoy contenta. Pasan algunas cosas, otras cosas siguen siendo una mierda, otras ojalá cambiasen un poquito, pero estoy contenta. No cambiaría nada actual por ningún momento del pasado. No echo de menos a ninguna versión mía del pasado. Ser consciente de ello ha sido quitarme de encima una losa que ni siquiera sabía que tenía. La vida pesa menos. Ahora sí leo como mías esas palabras de 2014.

Ojalá nunca vuelva a echarme de menos.

domingo, 2 de julio de 2023

Caso aislado.

Hay días en los que el suelo tiembla, todo se da la vuelta, no hay nada estable a tu alrededor y, sin tú saberlo, comienza una cuenta atrás dentro de ti. "Si no se repite en un año, se considera un caso aislado".

365 días.

No recuerdo mucho de los primeros días. El calor de julio a las cuatro de la tarde desde el metro O'Donnell. La canción "Si tienes fe", de El Príncipe de Egipto, sonando en bucle. El cansancio. Las escaleras de la entrada. El mostrador de enfermería sin respuestas para mí. Echar de menos a quien tienes sentado a tu lado porque, en realidad, no es él. No eras tú.

355 días.

Recuerdo pensar que aquello era como vivir dentro de una de esas películas de sobremesa en las que pasa de todo pero no crees ni remotamente que vaya a ocurrir de verdad. Y menos cerca de ti. Recuerdo la angustia y la impotencia de no tener un manual de instrucciones y de sentir que nadie estaba ni tenía intención de estar al volante.

310 días.

Todos los días me iba a dormir suplicando que por favor que se acabase ya. Creo que fue en septiembre la primera vez que me aplastó la certeza de que, o ese tren sin frenos paraba, o me iba a arrollar, porque yo no pensaba moverme de donde estaba. Me recuerdo hecha un ovillo en la cama pidiendo por favor, por favor, que pare ya.

250 días.

El paso del tiempo era un alivio discreto conforme me iba acercando a una promesa a la que había decidido aferrarme con todas mis fuerzas. "Si no se repite en un año, se considera un caso aislado". A la vez, el paso del tiempo se me hundía cada día más en el pecho, con la presión de la impotencia de quien compraría tu dolor para pasarlo por ti pero no le dejan. 

150 días.

A veces parece que las cosas van mejor y de repente un día se me vuelva a agarrar la ansiedad en las costillas. No, por favor, otra vez no. No, por favor, que se acabe ya, que yo no puedo más. El pasillo de casa es un túnel que no se acaba, como vivir en una pesadilla. Si me concentro, soy capaz de sentir de nuevo ese desgarro. Ese miedo.

100 días.

Una de esas noches, sólo pude dormir para tener pesadillas. Soñaba tu nombre, soñaba con golpes y soñaba que lloraba. Despierta, repetía tu nombre, me aterraban los golpes y lloraba. Y decidí que yo sólo quería no pasar por eso más veces si podíamos evitarlo.

0 días.

No ha vuelto a ocurrir. Es un alivio. Pero no te voy a mentir, siempre me quedó un poco de miedo. Nunca te he contado qué fue ese año para mí porque nunca lo consideré oportuno. Yo sólo estaba ahí, a mí no me pasó nada. Tampoco ahora he contado qué fue ese año para mí del todo. Supongo que hay dolores y miedos que no se pueden contar.

Yo siempre he sabido que volvería a pasar por ello por ti si hacía falta. Pero esperaba con todas mis fuerzas que ojalá no hiciera falta. Ojalá hiciéramos todo lo que dependía de nosotros para que no volviera a hacer falta.

Es lo único que alguna vez te pedí.

Que hiciéramos todo lo posible para evitarlo.

sábado, 24 de junio de 2023

4. Un túnel oscuro y en silencio

 Ayer me metí en la cama y me di cuenta de que no recuerdo tu voz. Lo intenté y no pude. Traté de imaginarte contándome algo tan cotidiano como qué tal te había ido el día, y encontré las palabras pero no el sonido de tu voz. Se me agarraron la tristeza y la certeza al pecho y no me soltaron hasta que me dormí, con la almohada un poco salada y el corazón un poco partido.

Es un proceso.

Sí, ya. Pero el proceso duele y yo de verdad que no veo el final de este túnel a oscuras del que se me jura y perjura que voy a salir un día, casi sin darme cuenta de cómo. Y ahora, además, el túnel no sólo no tiene ninguna luz que me avise de que el final está en algún sitio, sino que está completamente en silencio. Un silencio tan profundo que se llega a oír, no sé cómo explicártelo, como si me raspase los tímpanos. Un silencio tan vacío que no puedo dejar de escucharlo, tan intenso que me va a aplastar.

Después de llorar el recuerdo de tu voz, me dormí y soñé contigo.

lunes, 8 de mayo de 2023

3. Una decisión

Me he despertado con la evidencia de que no estás -ni vas a estar- subida a mi pecho como un peso muerto que me empuja hacia dentro el esternón. Soy consciente de que no estás -ni vas a estar- porque tú no quieres -ni me quieres- y se me hunden un poco más las costillas y me duele un poco más la vida.

Sé que nadie se muere de esto, pero no puedo evitar sentir este agujero negro donde se supone que deberían estar mis pulmones y doblarme un poco sobre mí misma para hacerme más pequeña, un poquito más, a ver si así no me cabe más tristeza ni más vacío dentro. A ver si así no me entero de que el mundo sigue girando a mi alrededor y tengo la excusa que necesito para dejar de girar yo.

Me dijiste que no sé quién había dicho que esto no era una mala decisión ni una buena decisión, sólo una decisión a secas. Sinceramente,  quiero creer que no piensas eso de verdad, porque significaría que decidiste qué hacer con tu futuro y con el mío como decides por la mañana si eliges la camiseta negra o la azul oscuro. O igual era una manera de quitarte responsabilidad de encima, pero en el fondo no puedes. Es posible que ahora no lo sepas ni lo sepa yo, pero la decisión, a la larga, será irremediablemente buena o mala. 

También se me hunde en el pecho la certeza de que si en algún momento dudases, te arrepintieras o quisieras volver atrás, no lo dirías. Cogerías tu decisión, dirías "bueno, es lo que hay" y seguirías adelante con ella sin plantearte que, tal vez, podría haber una alternativa. Se me hunde como un clavo ardiendo y como una condena a la vez.

Te echo de menos todo el rato, todos los días, en las cosas más pequeñas. En los buenos días y las buenas noches que desde hace un tiempo no son tan buenos. En los primeros rayos de sol de marzo. En los claveles de San Isidro. En los planes para el verano que no existen. En los paseos de siempre por los sitios de siempre porque para mí contigo todo era siempre especial e irrepetible aunque fuese lo mismo. Echo de menos el hueco entre tu hombro y tu cuello cuando necesito un punto de apoyo, el tacto de tus manos en las mías al caminar y la risa que nos devoraba estando a solas, porque con nadie me he reído jamás como me he reído contigo.

Nada va a ser nunca más de la misma forma.

Así que espero de corazón que, si nada va a cambiar, el tiempo me demuestre que tu decisión no fue sólo una decisión sino una buena decisión.

Ahora mismo, soy incapaz de verlo.

domingo, 30 de abril de 2023

2. ¿Me querrías si fuera un gusano?

El problema de intentar medir el amor que das y el amor que recibes a través de situaciones imaginarias que nunca jamás van a darse en la vida real (porque, seamos honestos, nunca nadie va a despertarse por la mañana convertida en un gusano), es que tienes que tener los pies muy clavados en la tierra y ser muy consciente de ti mismo para decir la verdad.

¿Tú habrías ido a Marte por mí?

No, no lo habrías hecho, sabes que no. Igual que yo no habría ido por ti. Pero debería haber dado igual porque, en realidad, nunca se habría dado la circunstancia de haber podido irnos a Marte juntos.

Sin embargo, aquí, en la Tierra, contigo, he pasado por cosas que jamás pensé que viviría y ojalá nunca las hubiese vivido y aquí, en la Tierra, habría vuelto a pasarlas si hubiera hecho falta, contigo. Aquí, en la Tierra, yo quería todo el futuro contigo. Con todo lo que implicas aunque, evidentemente, no todo me guste, pero es que las cosas que sí me gustan de ti siempre han pesado mucho más. El amor es eso, y quien te diga otra cosa, cariño, te está mintiendo.

El amor no fluye a lo largo de los años sin que tú hagas nada. El amor no encaja como dos piezas de puzzle perfectas para toda la vida. En el amor siempre hay diferencias porque no hay dos personas iguales y el amor está cuando esas diferencias te complementan, te aportan y te enseñan cosas que por ti mismo jamás habrías llegado a ver. Ten por seguro que en esas diferencias habrá cosas que preferirías que fueran de otra manera, evidentemente está en tu mano decidir qué es determinante y qué no. Pero ni te engañes ni intentes engañarme a mí. La relación perfecta no existe sin más. La relación perfecta se construye, y para eso tienes que tener voluntad de construirla. En el día a día, no en otros planetas.

No, estoy bastante segura de que, de haberse dado la ocasión, no habría ido a Marte por ti. Haberte dicho que sí habría sido mentirte, porque tampoco me habría ido de Madrid por ti (y esa situación sí que ha sido mucho más palpable), aunque eso no significa que te quiera menos.

Pero es que tú, que dijiste muy convencido que sí habrías ido a Marte por mí, tampoco te habrías quedado en Madrid por mí. Y siempre quise pensar que eso no significaba que me quisieras menos.

Empate, supongo.

domingo, 23 de abril de 2023

1. Espero que no acabe en "borradores".

Últimamente las mañanas son la parte más dura del día. Abrir los ojos, tomar conciencia del punto en el que estoy, mover cada músculo necesario para arrastrarme fuera de la cama hacia la cocina, levantar la cafetera (¿siempre ha pesado aproximadamente 50 kilos, o solo es cosa mía?), servir medio vaso de café, el otro medio de leche, esperar un minuto y diez segundos de microondas. 

Y pensar que tengo todo el día por delante.

Unas dieciséis horas para estar despierta y hacer cosas que, sinceramente, no me apetecen ni un poquito. 

El microondas avisa de que mi minuto diez de espera ha terminado, así que desayuno mirando un punto fijo y pensando en lo que tengo que hacer inmediatamente después. Solo inmediatamente después, nunca más allá. Me tomo lo de vivir el presente de manera casi estrictamente literal porque pensar más allá de los próximos sesenta minutos me produce un vértigo, un malestar y un desasosiego que no tengo ni ganas ni fuerzas para gestionarlo.

No me importa que la gente (depende de qué gente) me diga que todo es un proceso, porque sé, muy en el fondo, que lo es. Que ni me voy a morir de esto ni me voy a quedar para siempre con esta sensación de vacío tanto si miro hacia atrás como si miro hacia delante. No me importa que me lo digan, pero yo no lo digo porque en realidad soy incapaz de creérmelo del todo. Me sé la teoría, pero la práctica siempre me ha parecido terrible y sé que cuando digo "pero bueno, poco a poco, es un proceso" lo hago no porque piense que es así sino por ofrecer un consuelo absurdo a la persona que me está escuchando.

A veces estoy tan cansada que no me queda espacio para estar triste, así que lloro de cansancio. Otras veces, más descansada, me comen la rabia, la frustración, la impotencia, la insuficiencia y, por su puesto, la tristeza. Por ser como soy, por no ser de otra manera, por estar llorando por esto y porque haría lo que fuera porque la situación se diera la vuelta, pero no puedo. 

Pero bueno. Poco a poco. 

Es un proceso.

Necesito desesperadamente que todo se ponga en pausa tres, cuatro, cinco días. Que me dé tiempo a reorganizar mi existencia para poder dejar de saltar de una piedra resbaladiza a otra lo más rápido posible para que no me lleve consigo la corriente. Para encontrar un punto de equilibrio que no sea tan precario, para poder dejar de mirar a un punto fijo constantemente sin caerme después. Necesito un respiro, un abrazo, que las canciones tristes no hablen de mí, un beso en la frente que no sea una despedida.

Otra cosa que necesito es un final para este texto. Pero tampoco lo tengo.

domingo, 27 de junio de 2021

Apretar los dientes, tragar saliva.

Superado el pánico inicial, los "no por favor", los "otra vez esto no", camino despacio otra vez por aquí. Ya lo conozco, ya he estado. Estuve y de repente dejé de estarlo, sin saber cómo, simplemente dejé de estar. Pero estas cosas no desaparecen de la noche a la mañana sin que nadie haga nada. Se esconden. Se enquistan, latentes. Tú aprendes a vivir con un ligero escozor en la garganta, aprendes a ignorarlo y aprendes a olvidar que existe.

A veces parece que no existe más, y aunque no sea verdad, eso ya es un logro.

Camino despacio por aquí de nuevo y veo lo mismo pero diferente. Lo miro con otros ojos. Con los ojos que han aprendido a esquivar sus propios puñales, los que una vez delante del espejo dijeron "¿cómo guardas tanta fuerza en tan poquito cuerpo?". 

La experiencia no mata el miedo, no quiero estar aquí y quiero irme cuanto antes. Pero no puedo evitar que me coma un pensamiento en bucle. Una y otra vez. Una y otra vez.

Sí, me da miedo. Sí, me ata el estómago en un nudo. Sí, me clava los cristales del espejo. Sí, ya sé de qué va la historia porque, sí, ya conozco este sitio. Ya he estado aquí. Pero ahora soy más fuerte que la última vez y que todas las veces anteriores.

Aprieto los dientes y trago saliva. 

martes, 19 de enero de 2021

Complicidad

Me apetece hablar contigo. Me apetece contarte mis cosas y que no me des consejos. Quiero que me escuches y me comprendas, que me digas que me entiendes pero que no me des soluciones sencillas porque, en el fondo, sabes no todo es tan sencillo. Me gustaría que el tiempo pasase sin que nos diéramos cuenta mientras desgranamos miedos, ilusiones, planes y recuerdos el uno para el otro.

Quiero saber qué tal te va y alegrarme por ti cuando me cuentes que eres feliz, que nos despidamos con un abrazo en la parada de autobús y que repasar con los dedos los trazos de la flor que dibujaste para mí no duela como si el boli azul no estuviese hecho de espinas.

Me apetece decirte que creo que te portaste como un imbécil, pero también me apetece tenerte de vuelta, aunque haya pasado tanto tiempo que decirlo en voz alta me dé vergüenza.

viernes, 3 de julio de 2020

Reinicio.

A veces hace falta que la vida te sacuda, te golpee de repente, sin avisar, con fuerza, y te tire al suelo y te arañe la piel y te la arranque. A veces es necesario que te falte el aire, que te coma la ansiedad y que no puedas dormir porque la pesadilla está escondida entre las sábanas mordiéndote las piernas cada vez que cierras los ojos.

A veces necesitas que te devore el vacío para recordar que tienes clavos a los que aferrarte, para abrazar a la almohada con el ansia de quien sabe dónde están sus puertos seguros justo ahora que no los tiene cerca.

A veces hace falta reiniciarse por dentro, aunque dure sólo un momento.

5 de mayo, 2020.

sábado, 25 de abril de 2020

Filos y cantos.

Bailar en el filo de la navaja supongo que es algo vocacional. Sentir cómo se te hunde con implacable suavidad la cuchilla en el alma y aun así no frenar, subiendo el volumen de la música. Saber que el dolor no tardará en hacerte caer a un pozo cuya propiedad ya has firmado ante notario y del que has salido ya varios cientos de veces, siempre con una cicatriz nueva. Jugar con el fuego cara a cara pese al miedo, correr sobre las espinas descalza. Despertar al dragón del pecho, abrir una caja más peligrosa que la de Pandora.

En la palma de la mano me quema un frío que grita que tiene respuestas, que las dibuja después de bailar dando vueltas en el aire. Pero yo me río bajito, porque sé que no es cierto. Sé que, entre la cara y la cruz de la moneda, a mí siempre me sale el canto.

Supongo que con el tiempo he aprendido que, a veces, la única manera de detener un tren que amenaza con descarrilar es dejar que se estrelle. Que reviente. Que te lance al pozo. Que te abra las heridas, que reavive sus bordes. Y volver a empezar. A cicatrizar, porque todavía me queda espacio en la piel.

miércoles, 22 de abril de 2020

La tranquilidad.

Si me concentro y respiro despacio, escucho el susurro del río que canta bajito al deslizarse, transparente, rozando con delicadeza las rocas y mezclando su canción con el piar de los pájaros desde las ramas. Con los ojos cerrados veo el azul del cielo, roto a veces por el verde de las hojas de los árboles que bailan un vals lento al compás de la brisa y por la espuma blanca de las nubes. La piedra me acaricia la yema de los dedos con una suavidad rugosa y fría. Sopla el viento, pausado y gélido, y su olor me arropa con dulzura haciéndome sentir en casa. En paz. 

El sonido del agua, el cielo, el verde, la piedra, el olor del frío, me devuelven ese tipo de tranquilidad que, en el fondo, yo ya no creo que vuelva más. Esa calma que me pausa la respiración cuando se desboca y que a la vez me electrifica las manos con su sensación de cosquilleo que significa que hay un vacío, que algo falta.

Pero, a pesar de esa electricidad, a pesar de ese vacío, vuelvo a concentrarme y respirar despacio cada vez que me falta el aire. Vuelvo a escuchar el agua correr con suavidad, vuelvo a arrancar las briznas de césped, vuelvo a acariciar la aspereza de la piedra, vuelvo a dejarme envolver por el frío y por su olor. Y la calma vuelve, aunque sea eléctrica y un poco artificial.

miércoles, 1 de enero de 2020

2019.

Se sentó frente al papel en blanco, frente a la vida en blanco, por primera vez sin un guión que marcara por dónde caminar. Muchas veces se había sentido perdida antes aunque siempre había algo a lo que aferrarse o una corriente por la que dejarse llevar, pero ahora no tenía nada de eso. Tenía el corazón roto en tantos trozos que cada uno le decía que tomara un camino diferente, y al final lo único que había hecho era sentarse en el arcén a mirar el tiempo pasar.

Hojeó las páginas inundadas de palabras que otras veces habían dado vida a la electricidad que generaba el vacío que sentía en las manos, que habían puesto nombre al nudo que le aprisionaba el aliento en el pecho y que habían gritado como nunca la necesidad de libertad. Hojeó páginas sin tachones porque la vida se escribe directamente a limpio, sin correcciones, pero con gotas de agua y sal de ojos tristes que no se perdonan los errores con facilidad. Leyó sobre soledad y naufragio, sobre desconcierto y no entender, sobre puñaladas y rapiña, sobre pesadillas de las que al final prefieres no despertarte y despertares que te golpean con una realidad que no quieres mirar.

Leí y llegué a la conclusión de que, lo que ahora creo que es lo peor de este año, en algún momento me parecerá lo mejor que me podía pasar. Que ha sido un 2019 regular lleno de cosas y personas muy buenas, que ya estaban o que han llegado para traerme una bocanada de aire fresco, con escapadas fugaces de una realidad que no me estaba gustando demasiado. Se me han abierto heridas y me han arrancado la piel a jirones, pero siempre había alguien ahí para limar los bordes de los pedazos de cristal que se me quedaban dentro. Gracias, por irte y dejar de ocupar un lugar que, en el fondo, no era para ti. Gracias, por haberme demostrado que no estoy sola, aunque no supiera verlo, por celebrar conmigo mis logros, por estar, por apoyarme, por demostrarme que no todo es tan malo, y que si lo fuera, estarías al lado hasta que dejase de serlo.

Me cuesta pensar que la vida sea distinta hoy de como era ayer, tengo las mismas dudas, las mismas heridas, el mismo rencor, el mismo agradecimiento, el mismo cariño, los mismos capítulos abiertos. Sin embargo, me permito hacer balance y prometerme avanzar, aunque luego no pueda llenar mis páginas de tachones y sólo me quede actuar en consecuencia de mis errores. Sólo quiero no quedarme parada para que no me coma el fango, para que llegue el 2021 y poder volverme a decir lo mucho que he crecido el último año.

sábado, 3 de agosto de 2019

Vuelvo.

Me da miedo moverme por si se rompe el suelo debajo de mí, y me da miedo respirar demasiado fuerte por si mis costillas revientan en mil pedazos. No me atrevo a cerrar los ojos, porque no quiero ver. No quiero estar sola, quiero gritar todas las cosas y a la vez no quiero pensarlas más, quiero que desaparezcan y a la vez quiero que me abracen. Necesito que la sangre se me ordene en el cuerpo, dejar de sentir este frío tan hasta los huesos en pleno agosto, que deje de ser un domingo eterno de una vez. 

Me da miedo ponerme al mando de las palabras porque las he dejado de lado mucho tiempo y me puedo estrellar. Siempre me digo que no debería dejarlo, siempre se me olvida que aquí tengo un refugio y siempre se me olvida volver. Me da miedo escribir porque no consiste sólo en encadenar palabras, sino en abrirse el pecho en canal. Me da miedo porque hay textos que son necropsias, y las necropsias significan que algo se ha muerto.

El cielo se ha roto y, a veces, cuando no puedo dormir, me asomo a la ventana y miro la Luna. Otra vez. Ya no le cuento nada, no le hablo de nadie, ni de mí. No le cuento que tengo espinas en el corazón y que no sé si se van a ir, no le cuento que ahora tengo menos amigos y más desconocidos, no le cuento que encontré un pedazo de paz entre copas de vino que no probé al lado de un puente de hierro y no quería volver, ni le cuento que el único camino que entiendo tiene forma de interrogación. Sólo la miro buscando mi tranquilidad y un beso en la frente.

jueves, 25 de abril de 2019

Bailarina

Suave, despacio.

De puntillas.

Camina por la vida con la delicadeza de quien no puede dejar huella. En el trayecto, en el destino, en los demás. 

Han vuelto las pesadillas, han entrado también de puntillas otra vez en sus sábanas y se han enredado en sus hilos para no marcharse de nuevo. Han vuelto las agujas en el pecho, los por qué, la insuficiencia, el vértigo, los no quiero, el vacío, la electricidad en las manos, el ser menos.

Un día tiene un castillo y, al siguiente, un montón de arena entre los dedos. Un día está triste, otro furiosa, otro indiferente. Casi todos los días se siente sola. Casi todos los días tiene un momento de debilidad, de resquebrajarse, de hundirse y no saber dónde clavar las uñas. Casi todos los días se llena los zapatos de agua, arrastra un peso que no es suyo y llega cansada a casa. Casi todos los días muerde con fuerza la angustia, hasta hacerse daño. Casi todas las noches aparta de un manotazo los puñales que le lanza el día siguiente por adelantado.

Pero sigue, de puntillas.

De puntillas sobrevive aunque luego nadie se acuerde de ella.

domingo, 3 de marzo de 2019

Resignación

Te echo de menos.

Echo de menos tu inocencia y tu ilusión, las de quien lo tiene todo por delante. Echo de menos el brillo de las estrellas en tu mirada, ese que sólo pueden echar de menos los ojos que se ven todos los días en el espejo. Echo de menos tus palabras bonitas, de algodón de azúcar, y tu capacidad de buscar calma, tranquilidad y oasis en mitad de tormentas que en realidad no existían.

Cuando todas las cosas iban bien. Cuando pensabas que podías hacer lo que quisieras y llegar a dónde quisieras, cuando estabas donde querías estar e ibas hacia donde querías ir. 

Te echo de menos, niña pequeña, niña con suerte, niña con ganas. Echo de menos que te dejes llevar por la felicidad y no por la corriente. No echo de menos tus inseguridades, porque han vuelto de golpe, como un tsunami que me ha arrastrado al fondo otra vez. Me han enterrado en la arena y se me ha metido en los ojos, en la boca, en los pulmones y en el corazón.

Volveré a buscarte, te traeré de vuelta. No sé cómo ni cuándo, pero volveré a tenerte aquí y no dejaré que te vayas más. No volveré a pensar en qué tendría que haber hecho, sino en lo que voy a hacer. No quiero arrepentirme, ni resignarme. Te necesito a ti, con tus constelaciones en los ojos, con tu ilusión y tu vida.

Vuelve.

Vengo a decirte que el tiempo
que ya llevamos perdido
es sólo un punto pequeño
en el cielo del olvido,

que todo el daño que tengo
de lo que ya hemos sufrido
tiene que servir de algo
para que hayas aprendido

que como yo a veces sueño
nadie ha soñado contigo,
que como te echo de menos
no hay en el mundo un castigo.

Pequeña de las dudas infinitas
aquí estaré esperando mientras viva.
No dejes que todo esto quede en nada
porque ahora estés asustada.

De las dudas infinitas - Supersubmarina



domingo, 10 de febrero de 2019

Retroceder.

Puede pasar, puedes volver atrás. He vuelto atrás.

He vuelto a bailar con los pies descalzos encima de botellas de cristal rotas y se me ha vuelto a escapar la sangre entre jirones de piel. He puesto a cero el contador de días sin accidentes. Me acaricia el pelo esa sensación, aquella vieja conocida que nunca podría traerme nada nuevo. De repente soy una niña de cinco años que no quiere ir mañana al cole.

Me escondo de la tormenta detrás de una canción, que es donde más llueve. La siento refugio porque ella sabe de qué va la historia. Habla de escapar, y yo no quiero estar aquí. 

No me queda energía para más que dar un paso más por inercia todos los días. No me queda energía para tener ganas, ni para entender por qué todas las cosas se han dado la vuelta. Sólo quiero cerrar los ojos y que pase el tiempo, que todo se ponga en el sitio en el que se supone que debe estar y ya yo veré qué hago.

He rebobinado hasta un puente colgante sin barandillas, hasta acantilados y huracanes, hasta la pequeñez y la insuficiencia, hasta la necesidad. He rebobinado y siento que se me escapa la fuerza entre las manos, que no estoy como quiero estar, ni estoy donde quiero estar, ni voy a donde quiero ir. He vuelto a ese sitio que da miedo, el sitio en el que no llego a ningún lado, en el que no soy bastante y las costillas me encierran el corazón, que quiere salir corriendo.

Hay cosas que no se tienen que pedir y siempre las acabo pidiendo con un hilo de voz. 

Ha vuelto a pasar. Cómo si no iba a estar yo aquí. 

Cada vez estoy más cerca
de estar más lejos de mí,
borraré todas las huellas
por si me quieren seguir.

Dejar la manía de gastar
mi energía en lo provisional,
quererme en plena soledad,
completarme antes de pedir más,
perder el norte y a su gente temporal...

Necesito escapar.

Vía de escape - Bely Basarte y Rayden


martes, 1 de enero de 2019

A ti, 2018.

Gracias.

A ti, 2018, por haber sido oasis y paz después de la guerra de 2017, por haber sido abrigo después de la helada y por haber sido calma después de tantas tormentas.

A ti, por haber sido refugio cuando nada más lo era, por permitirme aferrarme a las cinco barras de tus pentagramas cuando me estaba cayendo. Por ser canción de cuna cuando las pesadillas no me dejaban dormir, por hacerme temblar de emoción. Por obligarme a no pensar en últimas veces.

A ti, por hacer la rutina menos rutina, por acompañarme en este último (¡ultimísimo!) tramo de cuesta arriba, por llorar conmigo aun sin saber por qué lloraba yo, por ser el empujón que a veces me hace falta y por ser apoyo cuando el optimismo dice que ya si eso otro día. Por querer que salga el sol aunque a mí me guste la lluvia, por "venga, pero inténtalo, que no pierdes nada".

A ti, aunque seas más fugaz de lo que yo quisiera, por valer más de lo que piensas y merecer mil millones de veces más de lo que crees. 

A ti, por ser la sorpresa del 2018 tanto tiempo después. Por estar todo el rato, aunque no lo parezca, por merecerte todas y cada una de las cosas buenas que te pasen. Porque "hay personas tóxicas y personas medicinales" y tú (chistes aparte) eres posiblemente la persona más medicinal que conozco.

A ti, por ser Pepito Grillo, Hada Madrina y princesa de cuento a tiempo completo. Por ser la estrella a la que le pido todos los deseos, por ser fuerza, valor y luz. Por ser verdad aunque duela y ser tirita cuando duele, por ser terremoto y salvavidas.

A ti, por no fallar nunca, por ser mi número de la suerte, mi gran premio, la mejor compañera de vida que podía haber imaginado jamás.

A vosotras, que no vais a leerlo, por ser, por estar, por todos los días, por todo, a pesar de todo, por la energía, por la risa, por la vida. Por ser hogar.

A ti, que me llevas a la Luna sin salir de la Tierra, a ti, sueños cumplidos. A ti, que te hundiste y resurgiste, que pudiste, que volviste. Por las carcajadas y los besos que me arrancas, por los abrazos que ponen en pausa todo alrededor, por marcar el paso del tiempo con el pumpum de tu corazón en mi mejilla. Por ser tú, por quererme así, por hacerme sentir así. Porque contigo cualquier sitio es mi París y cualquier lugar es un barco de noche por el Sena.

Y a ti. Por quererte más hoy que el diciembre pasado, y el diciembre pasado más que el anterior. Por coger los complejos y tirarlos a la basura, por tener miedo y no frenar. Por darte otra oportunidad las veces que hagan falta. Por pensar en ti. Por el tesoro que tienes al buscar y registrar todas las cosas buenas que te pasan. Por llorar de alegría con la alegría ajena. Por haber cambiado tanto, por sentirte orgullosa de ti. Ojalá todos los 31 de diciembre puedas mirar atrás y ver cuantísimo has crecido. Ojalá no dejes de crecer nunca. Sobre todo a ti, gracias.

Gracias, 2018, y gracias a ti si has formado parte de él.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Cierro interrogación.

No sé.

No sé cómo empezar lo que no sé que quiero decir. No sé si no sé a dónde voy o si no quiero saberlo, pero siento como si fuera a saltar de cabeza por un precipicio mañana, o pasado, o al otro. Y siento como si no me importara reventarme contra el suelo y a la vez me preocupase encontrar todos los trocitos de mí que quedasen desperdigados por ahí. No sé.

No sé, y prefiero no saber, porque una de las pocas certezas que tengo dice que, ni estoy donde quiero estar, ni voy a donde quiero ir. Me falta paz, me falta tranquilidad, me faltan los significados de todas las canciones. Tal vez lo que pasa es que sólo necesito una bocanada de aire fresco y cada vez que respiro inspiro alquitrán. No sé.

No sé dónde se me quedaron las ganas, la verdad. Como si en mitad de una mudanza de corazón las hubiera metido en a saber qué caja y se hubieran traspapelado en un almacén. Como si la luz de los fluorescentes las hubiera marchitado un poco. Como si nunca hubiera sabido lo que quería, como si siempre me hubiera dado miedo pedir deseos por no saber qué deseo pedir.

A veces cierro los ojos y me imagino en un tren de los de media o larga distancia, que no sé a dónde va. Me gustaría perderme en el paisaje verde y azul y que venga lo que tenga que venir, pero en el fondo me da miedo lo que me vaya a encontrar en el andén. Un espejo, tal vez.

Me tiemblan las manos y me titilan los ojos mientras escribo. A lo mejor resulta que sí sé.

No lo sé.

lunes, 20 de agosto de 2018

Puntos de inflexión.

"He odiado las palabras y las he amado, espero haber estado a su altura".
La ladrona de libros (Markus Zusak)

Tú. Sí, tú. 

Que tienes miedo de lanzarte a escribir porque crees que se te ha olvidado, como si lo único que tuvieras que hacer no fuera tan sencillo como abrirte en canal y dejar que la sangre fluya. Tú, que vives a bordo de una montaña rusa y a veces sólo necesitas un poco de paz. Que desde fuera pareces un mar en calma y por dentro truenas. Que te has perdido otra vez y más que nunca, que rompes a llorar de repente porque sí. Porque la tormenta a veces se desborda.

Tú.

Que atravesaste un infierno sin pestañear y ahora no sabes a qué espina aferrarte. Que piensas que ya no tienes fuerzas y entonces avanzas un poquito más. Que no ves la puñetera luz al final del puñetero túnel, pero confías muy ciegamente en que en algún momento tiene que llegar. Tú, que tenías tanto que contar que dejaste de hacerlo por miedo a las palabras que pudiera salirte de dentro. Que sabes decir el momento exacto en el que tendrías que haberte puesto a salvo y no lo hiciste. Que ahora entiendes, pero de verdad, qué significaba eso de "yo de mayor quiero ser feliz".

Tú.

Encontrarás la salida de donde sea que necesitas escapar, y encontrarás las palabras para contar -y contarte- que sobreviviste a todas las zancadillas que tú misma te fuiste poniendo. Espero que algún día cierres los ojos y puedas decirle a una estrella fugaz que no necesitas más deseos. Ya no. Espero que te quieras más, que cantes sin miedo y bailes sin vergüenza. 

Querías ser muchas cosas, querías estar en muchos sitios, y no pudiste porque elegiste uno. Y elegir es descartar, renunciar, y no te diste cuenta. Y echas la vista atrás y miras ese marzo del catorce con rencor, con pena, por lo que podías haber sido y no fuiste. Porque pensabas que eras dueña de tu vida y sólo estabas dejando que te arrastrara la corriente. Ahora remas cuesta arriba. De corazón deseo que llegues a ser quien tú quieras ser, y sabes de sobra que no me refiero a una carrera ni a una profesión, porque tú tienes que ser mucho más que eso.

Es muy fácil decirle a tu yo de hace tantos años cómo tendría que haber hecho las cosas. En qué falló, qué tenía que haber contado y qué no. Qué era lo importante y que no supo ver. Es muy fácil, muy poco útil y muy doloroso.

La parte buena de los momentos malos es que, si te paras el tiempo necesario a mirar, puedes darte cuenta de qué cosas quieres para ti, y qué personas. Quién te supone un lastre y quién un salvavidas, quién un retroceso y quién un puerto seguro. A quién echas de menos y a quién no, quién sobra y quién no quieres que se vaya nunca. 

Menos mal que todo cambia aunque no queramos, significa que puede ir a mejor. 

No sé ponerle punto final a esto porque no sé cómo las tormentas deciden que ya está bien de llover. En realidad todo esto se queda corto con lo que quería contar, pero es igual.

Diré que gracias, por pasar conmigo por tanto, por llorar conmigo sin saber por qué lloraba yo, por cuidarme, por calmarme, por haber sido mi tranquilidad, por estar aunque no te tocase. A cambio, diré también que yo estoy siempre, por si te hace falta.

miércoles, 4 de abril de 2018

4923.

Decido volver a escribir y lo primero que hago es publicar un borrador que en su momento me guardé para mí. Ahora tiene menos sentido, porque llevamos 3 meses de 2018 y esto era una despedida al 17, pero, ya ves tú, el 2017 fue lo que fue y eso no va a cambiarlo nada. Luces y sombras. Lágrimas y lecciones. Ojalá hubiera sido distinto, y, sobre todo, ojalá no se me olvide nunca todo lo que aprendí.
Por ese motivo, sólo por ese, merece la pena publicar estos textos hoy: un intento de poema y una carta a mi yo del pasado, o del futuro, no lo sé, el día que hice la cuenta de las cosas buenas que había ido apuntando a lo largo de 365 días.

Ni de lista de propósitos,
ni de pies derechos,
ni de nada rojo,
ni de deseos.

Nunca fui de nada de eso.

Pero sí fui de hacer balance,
de hacer trampas en el último momento
y de vencer todo mi peso
en el lado de lo bueno.

Ojalá abriese los ojos y fuese un julio distinto,
ojalá no hubiese descubierto
que cuando parecía que no podía más,
avanzaba otro poco,
que cuando se me rompía el pecho de llorar,
tenía unas manos cerca,
y que cuando se me acababa la calma,
sonaba la canción exacta
que me curaba el corazón.

Preferiría no haber aprendido
que no sé dónde tengo los límites,
y preferiría no acordarme de cuando se me olvidó
cómo eran las cosas cuando marchaban bien.

Pero lo descubrí,
avancé,
acaricié,
canté,
aprendí,
y recuerdo.

Y aquí estoy.

Volé,
volamos,
las luces de París brillaron para nosotros
y no quería estar en otro lado
que no fueran tus brazos.
La vida me susurró bajito
entre el agua del Sena y palabras en francés
que los sueños se cumplen
justo
en el momento oportuno.

Me he visto pequeña,
insuficiente,
inútil,
deshecha,
a trozos,
débil,
incapaz.
Y hoy me veo mayor y fuerte,
me veo grande y me veo optimista
me veo con las alas más abiertas
y sabiendo que la vida no cambia sola.
Me veo más libre
porque perdí cosas que me hacían perder
y gané.

Sabes de sobra que alguna de estas cosas tendrían que valer, mínimo, por dos. También sabes el esfuerzo que, algunos días, te ha costado buscarlas. Sabes que mirar atrás, con cosas así, merece la pena. Sabes que jamás, bajo ningún concepto, repetirías este 2017. 

Pero sabes que, a pesar de todo, has reunido 4923 cosas buenas.

La vida no se mide por las cosas que te ocurren, por los atropellos, por lo que llega sin avisar y que no depende de ti.

Se mide por cómo lo afrontas.
Se mide por cómo aprendes.
Se mide por cómo creces.

Sigue creciendo.

domingo, 31 de diciembre de 2017

2017.

Cuánto ha crecido en un año
la niña que hace doce meses se creía heroína,
la que pensaba que había roto sus cadenas,
que decía que tenía menos miedo
y que se sentía con las alas medio abiertas.

Cuánto ha pasado.

Ahora se siente un lingotazo de fuerza,
como el último chupito de la noche,
tan poquita cosa,
pero superviviente de todas las tormentas.
Ahora los espejos
le devuelven la mirada con orgullo,
los ojos le saben a caricias
y le nacen flores en el pelo.

Las canciones ya no son terremotos 
sino puertos seguros,
y me arroparon el día
que me refugié bajo la lluvia
mientras huía del verano.

Se me llenaron los pulmones de agujas
y, a pesar del dolor,
me cosí un vestido con ellas.
Encontré manos para mí cuando me olvidé de caminar;
las que siempre estuvieron,
las que se fueron y volvieron,
y las que aparecen
cuando más falta hacen.

También perdí y reaprendí que,
a veces,
perder es una victoria.
Y vencí.
A mí,
al miedo,
a las pesadillas,
y al dolor.

Descubrí que se puede ser feliz
a través de la felicidad ajena,
que, a veces,
se te escapan lágrimas que sí valen la pena,
que en realidad la música nunca para
y no nos queda más remedio que seguir bailando.
Que la vida no cambia
si nosotros no la cambiamos.
Que no importa dónde,
sino con quién
y que hay sueños que se cumplen
justo en el momento indicado.

(pregúntale a París,
que me ha visto besarte)

Cuánto ha crecido esa niña
que no creía en empezar de cero
y lo ha hecho.
Que hoy es más heroína que ayer,
que rompe cadenas con las palabras y los dientes,
que tiene más miedo y más fuerza,
y que ya no se mira las alas,
sino el cielo que tiene enfrente.

Sigue creciendo, pequeña,
vuela.
Ojalá en doce meses hayas llorado más
de alegría que de pena.
Ojalá el cielo
sea el único que te traiga tormentas.
Ojalá las rosas
sigan acariciándote la piel.

Sigue creciendo, pequeña,
vuela,
y ojalá el año que viene leas esto
y te sientas orgullosa de todo lo que has peleado.

Escribo versos como las cosas van pasando.
Desordenado, sin pensar.
Rimando a ratos.
Por instinto.
Dulce y muy amargo.
A veces feo.
Veranos congelados.
Inviernos que arropan.
Un esfuerzo entre tanta mierda por ver un trocito de sol.
Y el sol.

miércoles, 18 de octubre de 2017

A la deriva.

Ojalá pudieran capturarse las sensaciones
y guardarlas en frascos de cristal para recordarlas luego,
porque estoy sintiendo
como en medio de tanta oscuridad
se prende una vela
y no quiero que nunca se me olvide esta paz.

Me perdí,
pero no como se pierde quién olvida el camino,
sino con el pánico de quien,
de pronto,
no sabe a dónde quiere ir,
y de tanto caminar en círculos,
tropieza,
cae
y se sienta en el suelo a esperar
a que pase la tormenta.

Y ella no tiene pinta de querer escampar.

Metí las manos en los bolsillos
y me clavé los cristales de mis miedos,
de mi inseguridad,
de mi "yo no puedo",
de mi "no voy a llegar",
y toda esa sangre, gota a gota,
me borró el destino
y me mató los sueños,
y todo ese dolor, desgarro a desgarro,
un día me despertó
y se me puso delante de los ojos
en forma de poema.

La ventaja de caminar sin rumbo fijo
es que no sabes
con qué cosas buenas te vas a tropezar.

Ni tengo mapas, ni los quiero,
por una vez,
ir a la deriva me suena bien.

El truco está
en ir con los ojos bien abiertos,
en las ganas,
en el corazón,
en no querer perderte nada,
en el arrojo,
en cerrar los ojos y lanzarte de cabeza
al "ya se verá".

Ojalá pudieran capturarse las sensaciones,
porque siento una que me baila en el pecho,
tal vez
un poco de lluvia en tanto desierto,
tal vez
un presentimiento
que dice que,
tal vez,
no sepamos hacia dónde vamos
pero que todo va a ir bien.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Allí.

Cierra los ojos, mi vida,
que estoy ahí.

Estoy en cada pliegue de tus sábanas,
cantándote bajito esa canción
que habla de no tener miedo si estás a mi lado.
Estoy enredada en tus manos
sin intención alguna de soltarte,
en cada arruga de tu ropa
con mi vicio eterno de acariciarte,
con las ganas,
la impaciencia
y todos estos besos que guardo para darte.

Eres mi billete de ida a la Luna,
el cohete que me sube a las estrellas,
y el motivo de esos aterrizajes forzosos
que terminan siempre en tus brazos.
Eres un beso en la frente
y en el cuello
y en los labios,
eres un pespunte de caricias en la espalda,
huracán,
diluvio,
volcán,
y la mejor de las calmas.
Eres fuerza
y eres el cemento que sostiene mis versos,
esa risa tonta 
y esta carita roja
que se me pone al acordarme de ti.

Parece que no,
pero el tic-tac del reloj no entiende de frenos,
y cada día más
es uno menos.
Cada día estás más cerca,
lo sabe este invierno que no llega,
lo saben los canales de Ámsterdam
y lo saben las luces de París.

También lo sé yo,
y para eso estoy,
para que a ti no se te olvide.
Para contarte que tenemos tantos planes pendientes
que las horas pasarán demasiado deprisa,
que, otra vez,
volverán a dolernos las mejillas de tanta risa
y que el fin del mundo
será el borde de un colchón,
que nos vestiremos de cosquillas
y que se nos quedará corta
cualquier canción de las de felicidad y amor.

martes, 5 de septiembre de 2017

Lección aprendida.

No sé
si quien merece la pena
es quien te la quita
o quien tiene el valor de quedarse a tu lado hasta que pasa,
pero sé
que tengo fe ciega en las tormentas,
que me despierto feliz si truena
y que, cuando creo que me voy a torcer,
siempre hay alguien
que me recuerda que ningún rosal crece derecho.

No sé
si tengo más ganas de disparar a matar
o de romper a llorar,
pero sé
que las cojo todas y las convierto en versos
que tal vez sean lanzas,
no lo sé,
y tal vez acierten al estrellarse en tus retinas,
o tal vez sean sólo el humo
de un tren a vapor
que, créeme,
no va a frenar hasta que alcance su cima.

Escribo con las plumas de las alas
de mi ángel de la guarda,
con un trozo de alma
y otro de corazón en cada palabra,
con un poco de mí quitándome la ropa en cada estrofa
y un poco de ti trepando a mi boca.
Cada uno de mis versos
es un trozo de mi piel
y otro poco de lo que guardo debajo,
las piezas de un puzzle esperando
a que tú llegues
y te atrevas a montarlo.

No sé
cuándo me voy a cansar de arrinconar a punta de pistola
todas estas flechas
que me quiere lanzar mi cabeza,
ni sé tampoco
cuánto me va a doler
el día que baje los brazos y me vuelvan a devorar,
pero sí sé
que hoy me voy a dormir con una lección aprendida,
que la vida no olvida
y todo lo que das,
bueno y malo,
te lo devuelve por mil.

Y también sé
que no me da la gana dejar que me hagan daño
que de eso ya sé yo de sobra
como para que vengan metrallas de fuera
a romperme en pedazos.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Los agostos congelados.

Tengo frío,
pero no de ese que se cura con abrazos
ni de ese que te pone la nariz roja
y al mirarnos
nos da por reír.

Es un frío que me cala hasta dentro,
que me paraliza los huesos
y que me congela la sangre en las venas 
y el viento que, hasta ahora, soplaba mis velas.

Es un frío que me deja la cara
llena de escarcha salada,
que me pega las pestañas
y me devora las entrañas
susurrando
que no se piensa marchar.

Tengo frío
y necesito
que alguien me arrope por las noches,
que me regale un beso en la frente,
un "tú puedes",
un "todo esto va a terminar
y tú,
tú te vas a merecer el cielo."

Pero yo no quiero el cielo,
yo te quiero a ti.

Que me arropes con tu piel
y nos curemos labio con labio
las heridas,
despacio
y hacer nudos con nuestras manos
para que no se suelten estos lazos
que me atan a la cordura.
Ojalá encuentres un puerto seguro en mi cintura
y en el filo de mi cadera
una respuesta a cada una de tus dudas.

Lo peor
es que quien de verdad lleva el timón en esta historia
es el tiempo,
el tic-tac de un reloj
que se ríe porque sabe que va demasiado lento.

Tengo frío
y, por favor, que alguien me arrope,
porque yo
ya
no puedo más.

viernes, 25 de agosto de 2017

Atocha.

Me está comiendo la impaciencia,
y lo sabes.

Quedan ocho horas
y yo sólo pienso en abrazarte fuerte,
y eso que no sé
si tus abrazos van a ser calma,
tormenta,
refugio,
o la bomba que detone esta paz que me he construido a golpes.

He estado leyendo poesía
y te he visto en tantos versos
que me parecía un pecado
no regalarte uno de los míos.

Tengo un as de corazones guardado en la manga
porque a veces creo en la magia,
en las señales disfrazadas de casualidades,
y en que el tiempo pone todo en su lugar
y nos pondrá,
tal vez,
juntos en la misma playa.

Me han dicho varias veces
que me merezco el cielo
pero la verdad es que no me parece tan mal el infierno
mientras tú me beses.

Intento escribir nuestra historia
aunque sé que lo harían mejor las baldosas de Atocha,
nuestra esquina del museo,
Moyano,
o los árboles del Paseo del Prado
donde me disparaste, a lo bestia, a bocajarro,
a corazón abierto.
Ellos podrían contarlo mejor
porque a mí, 
ya lo sabes,
me dejaste sin palabras
y con mucha risa tonta.

Te quiero.
Y me comería a bocados tu infierno si pudiera,
que ya sabes que no me asusta quemarme la lengua.

domingo, 13 de agosto de 2017

Alfileres, treces y deseos.

No tengo espacio en el pecho
para guardar tanto latido,
ni me queda fuerza en las costillas
para contener un corazón
que parece querer salir corriendo.

Y sin embargo, todo lo demás me sobra.
Las manos,
los ojos,
la boca,
los brazos,
la piel.
Por una vez,
me vengo grande.

Me vengo grande porque se me derrama la vida
en una copa de mala suerte
y doscientos "por qué a mí",
"por qué a nosotros",
"por qué a ti."

A veces
me siento tan nada,
tan débil,
tan pequeña,
tan con huesos de alfiler,
tan poca cosa,
tan diana de todos los dardos que lanzan los espejos
que siento mis piernas temblar
al ritmo de mi "no puedo más."

Pero otras...

Otras veces
desde el espejo me se me lanza la pregunta
"¿cómo guardas tanta fuerza
en tan poquito cuerpo?"
y te juro que en la vida me he sentido más grande.

Nunca me han dado miedo
los gatos negros,
ni la sal derramada en la mesa,
ni los paraguas abiertos bajo techo,
mi número favorito es el trece,
y nunca he confiado en las margaritas
cuando me dicen que no.

Y sin embargo
las noches de verano le hablo a la Luna,
pido deseos a las estrellas,
se me van los ojos detrás de un campo de tréboles
buscando la suerte,
y cuando sueño algo tan bonito
que me duele la vida al despertar
me lo guardo para mí
porque dicen
que si lo cuentas, no se cumple,
y a mí
no me compensa tanto riesgo.

Lo he vuelto a hacer.

Vine aquí a escribir sobre tristeza
y me voy queriéndome más.