Chin, chin, dieciséis.
Nunca he creído en las supersticiones que hablan de mala suerte, nunca he creído que existan días que son puntos de partida, y nunca he creído en empezar de cero. La vida es una imparable sucesión de segundos, y, en realidad, no entiende de diciembres y eneros. Sin embargo, nunca he podido evitar caer en la tentación del balance de fin de año y de los deseos para el que empieza. Y tampoco he podido nunca evitar caer en la tentación de hacer trampas e inclinar la balanza de los últimos trescientos sesenta y cinco (o seis) días hacia el lado bueno. Hace un año le pedí al 2016 ganas y emoción, flores y sorpresas, aeropuertos y sitios desconocidos, amor del bueno. Y me lo ha regalado todo. Decidí volverme ambiciosa y capturar cada día más cosas buenas, decidí abrir los ojos para ver las paredes del pozo en el que me había metido y decidí que no quería pasar más tiempo ahí. Decidí pasar página, cambiar de libro, permitir que volvieran a crecer las flores donde ...