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Mostrando entradas de febrero, 2025

Encaje.

En algún momento tendrá que dejar de temblarme el suelo y el cuerpo cada vez que me acuerdo del recorrido de las yemas de tus dedos en mi piel, cosiéndote a caricias en mi memoria. Creyendo, quizá, que es sólo un pespunte chapucero que podría deshacer en cuanto llegase a casa. Pero no. En lugar de eso, se me quedó enganchado al miocardio el encaje más delicado e injustificado que podía imaginarme, de esos que sólo quieres que te quiten a besos para besarte mejor.  Qué vergüenza. Desde hace mucho tiempo sé que, ojos que no ven, corazón que se salta la señal de peligro, y por eso me los vendé y fingí no saber que habías venido. También fingí no saber que te tenías que ir, para dejar siempre un espacio a la esperanza de encontrarte de repente que se comiera al miedo de no verte nunca más. Es absurdo, perdóname. Pero algunas veces suelo recostar mi cabeza en el hombro de la Luna, y le hablo de muchas cosas. De esta amante inoportuna que se llama Soledad y de cómo la poesía no me salvar...