Lección aprendida.
No sé si quien merece la pena es quien te la quita o quien tiene el valor de quedarse a tu lado hasta que pasa, pero sé que tengo fe ciega en las tormentas, que me despierto feliz si truena y que, cuando creo que me voy a torcer, siempre hay alguien que me recuerda que ningún rosal crece derecho. No sé si tengo más ganas de disparar a matar o de romper a llorar, pero sé que las cojo todas y las convierto en versos que tal vez sean lanzas, no lo sé, y tal vez acierten al estrellarse en tus retinas, o tal vez sean sólo el humo de un tren a vapor que, créeme, no va a frenar hasta que alcance su cima. Escribo con las plumas de las alas de mi ángel de la guarda, con un trozo de alma y otro de corazón en cada palabra, con un poco de mí quitándome la ropa en cada estrofa y un poco de ti trepando a mi boca. Cada uno de mis versos es un trozo de mi piel y otro poco de lo que guardo debajo, las piezas de un puzzle esperando a que tú llegues y te atrevas a monta...