Lección aprendida.

No sé
si quien merece la pena
es quien te la quita
o quien tiene el valor de quedarse a tu lado hasta que pasa,
pero sé
que tengo fe ciega en las tormentas,
que me despierto feliz si truena
y que, cuando creo que me voy a torcer,
siempre hay alguien
que me recuerda que ningún rosal crece derecho.

No sé
si tengo más ganas de disparar a matar
o de romper a llorar,
pero sé
que las cojo todas y las convierto en versos
que tal vez sean lanzas,
no lo sé,
y tal vez acierten al estrellarse en tus retinas,
o tal vez sean sólo el humo
de un tren a vapor
que, créeme,
no va a frenar hasta que alcance su cima.

Escribo con las plumas de las alas
de mi ángel de la guarda,
con un trozo de alma
y otro de corazón en cada palabra,
con un poco de mí quitándome la ropa en cada estrofa
y un poco de ti trepando a mi boca.
Cada uno de mis versos
es un trozo de mi piel
y otro poco de lo que guardo debajo,
las piezas de un puzzle esperando
a que tú llegues
y te atrevas a montarlo.

No sé
cuándo me voy a cansar de arrinconar a punta de pistola
todas estas flechas
que me quiere lanzar mi cabeza,
ni sé tampoco
cuánto me va a doler
el día que baje los brazos y me vuelvan a devorar,
pero sí sé
que hoy me voy a dormir con una lección aprendida,
que la vida no olvida
y todo lo que das,
bueno y malo,
te lo devuelve por mil.

Y también sé
que no me da la gana dejar que me hagan daño
que de eso ya sé yo de sobra
como para que vengan metrallas de fuera
a romperme en pedazos.

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