Espera sin esperanza.
Hace tiempo, las noches de verano y yo éramos mejores amigas. Me asomaba a la ventana y corría una brisa débil, y la Luna brillaba y yo le contaba cosas. Era mi nexo con cualquier lugar, con cualquier persona. Era un consuelo, un baúl de deseos, una incondicional que cada noche volvía y yo volvía a encontrarme con ella. Las noches de verano eran inspiradoras, y las palabras brotaban solas entre sábanas y música. Escribir era tan fácil como respirar. Entonces, un día, la brisa débil se detuvo en seco, y la Luna apareció un día en el cielo afilada y cruel. Era un espejo que reflejaba cada deseo que le había formulado y que jamás se había cumplido. Peticiones caducadas que a estas alturas de la historia no tendría el valor de volver a suplicar. Al menos a alguien que no fuera yo y en silencio. Las estrellas brillan agónicas y anónimas en una ciudad que lucha por borrarlas del mapa, porque el cielo de Madrid no está hecho para ellas. Entonces, el verano se transformó en u...