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Reinicio.

A veces hace falta que la vida te sacuda, te golpee de repente, sin avisar, con fuerza, y te tire al suelo y te arañe la piel y te la arranque. A veces es necesario que te falte el aire, que te coma la ansiedad y que no puedas dormir porque la pesadilla está escondida entre las sábanas mordiéndote las piernas cada vez que cierras los ojos. A veces necesitas que te devore el vacío para recordar que tienes clavos a los que aferrarte, para abrazar a la almohada con el ansia de quien sabe dónde están sus puertos seguros justo ahora que no los tiene cerca. A veces hace falta reiniciarse por dentro, aunque dure sólo un momento. 5 de mayo, 2020.

Filos y cantos.

Bailar en el filo de la navaja supongo que es algo vocacional. Sentir cómo se te hunde con implacable suavidad la cuchilla en el alma y aun así no frenar, subiendo el volumen de la música. Saber que el dolor no tardará en hacerte caer a un pozo cuya propiedad ya has firmado ante notario y del que has salido ya varios cientos de veces, siempre con una cicatriz nueva. Jugar con el fuego cara a cara pese al miedo, correr sobre las espinas descalza. Despertar al dragón del pecho, abrir una caja más peligrosa que la de Pandora. En la palma de la mano me quema un frío que grita que tiene respuestas, que las dibuja después de bailar dando vueltas en el aire. Pero yo me río bajito, porque sé que no es cierto. Sé que, entre la cara y la cruz de la moneda, a mí siempre me sale el canto. Supongo que con el tiempo he aprendido que, a veces, la única manera de detener un tren que amenaza con descarrilar es dejar que se estrelle. Que reviente. Que te lance al pozo. Que te abra las heridas, que ...

La tranquilidad.

Si me concentro y respiro despacio, escucho el susurro del río que canta bajito al deslizarse, transparente, rozando con delicadeza las rocas y mezclando su canción con el piar de los pájaros desde las ramas. Con los ojos cerrados veo el azul del cielo, roto a veces por el verde de las hojas de los árboles que bailan un vals lento al compás de la brisa y por la espuma blanca de las nubes. La piedra me acaricia la yema de los dedos con una suavidad rugosa y fría. Sopla el viento, pausado y gélido, y su olor me arropa con dulzura haciéndome sentir en casa. En paz.  El sonido del agua, el cielo, el verde, la piedra, el olor del frío, me devuelven ese tipo de tranquilidad que, en el fondo, yo ya no creo que vuelva más. Esa calma que me pausa la respiración cuando se desboca y que a la vez me electrifica las manos con su sensación de cosquilleo que significa que hay un vacío, que algo falta. Pero, a pesar de esa electricidad, a pesar de ese vacío, vuelvo a concentrarme y ...

2019.

Se sentó frente al papel en blanco, frente a la vida en blanco, por primera vez sin un guión que marcara por dónde caminar. Muchas veces se había sentido perdida antes aunque siempre había algo a lo que aferrarse o una corriente por la que dejarse llevar, pero ahora no tenía nada de eso. Tenía el corazón roto en tantos trozos que cada uno le decía que tomara un camino diferente, y al final lo único que había hecho era sentarse en el arcén a mirar el tiempo pasar. Hojeó las páginas inundadas de palabras que otras veces habían dado vida a la electricidad que generaba el vacío que sentía en las manos, que habían puesto nombre al nudo que le aprisionaba el aliento en el pecho y que habían gritado como nunca la necesidad de libertad. Hojeó páginas sin tachones porque la vida se escribe directamente a limpio, sin correcciones, pero con gotas de agua y sal de ojos tristes que no se perdonan los errores con facilidad. Leyó sobre soledad y naufragio, sobre...