Apretar los dientes, tragar saliva.

Superado el pánico inicial, los "no por favor", los "otra vez esto no", camino despacio otra vez por aquí. Ya lo conozco, ya he estado. Estuve y de repente dejé de estarlo, sin saber cómo, simplemente dejé de estar. Pero estas cosas no desaparecen de la noche a la mañana sin que nadie haga nada. Se esconden. Se enquistan, latentes. Tú aprendes a vivir con un ligero escozor en la garganta, aprendes a ignorarlo y aprendes a olvidar que existe.

A veces parece que no existe más, y aunque no sea verdad, eso ya es un logro.

Camino despacio por aquí de nuevo y veo lo mismo pero diferente. Lo miro con otros ojos. Con los ojos que han aprendido a esquivar sus propios puñales, los que una vez delante del espejo dijeron "¿cómo guardas tanta fuerza en tan poquito cuerpo?". 

La experiencia no mata el miedo, no quiero estar aquí y quiero irme cuanto antes. Pero no puedo evitar que me coma un pensamiento en bucle. Una y otra vez. Una y otra vez.

Sí, me da miedo. Sí, me ata el estómago en un nudo. Sí, me clava los cristales del espejo. Sí, ya sé de qué va la historia porque, sí, ya conozco este sitio. Ya he estado aquí. Pero ahora soy más fuerte que la última vez y que todas las veces anteriores.

Aprieto los dientes y trago saliva. 

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