Caso aislado.

Hay días en los que el suelo tiembla, todo se da la vuelta, no hay nada estable a tu alrededor y, sin tú saberlo, comienza una cuenta atrás dentro de ti. "Si no se repite en un año, se considera un caso aislado".

365 días.

No recuerdo mucho de los primeros días. El calor de julio a las cuatro de la tarde desde el metro O'Donnell. La canción "Si tienes fe", de El Príncipe de Egipto, sonando en bucle. El cansancio. Las escaleras de la entrada. El mostrador de enfermería sin respuestas para mí. Echar de menos a quien tienes sentado a tu lado porque, en realidad, no es él. No eras tú.

355 días.

Recuerdo pensar que aquello era como vivir dentro de una de esas películas de sobremesa en las que pasa de todo pero no crees ni remotamente que vaya a ocurrir de verdad. Y menos cerca de ti. Recuerdo la angustia y la impotencia de no tener un manual de instrucciones y de sentir que nadie estaba ni tenía intención de estar al volante.

310 días.

Todos los días me iba a dormir suplicando que por favor que se acabase ya. Creo que fue en septiembre la primera vez que me aplastó la certeza de que, o ese tren sin frenos paraba, o me iba a arrollar, porque yo no pensaba moverme de donde estaba. Me recuerdo hecha un ovillo en la cama pidiendo por favor, por favor, que pare ya.

250 días.

El paso del tiempo era un alivio discreto conforme me iba acercando a una promesa a la que había decidido aferrarme con todas mis fuerzas. "Si no se repite en un año, se considera un caso aislado". A la vez, el paso del tiempo se me hundía cada día más en el pecho, con la presión de la impotencia de quien compraría tu dolor para pasarlo por ti pero no le dejan. 

150 días.

A veces parece que las cosas van mejor y de repente un día se me vuelva a agarrar la ansiedad en las costillas. No, por favor, otra vez no. No, por favor, que se acabe ya, que yo no puedo más. El pasillo de casa es un túnel que no se acaba, como vivir en una pesadilla. Si me concentro, soy capaz de sentir de nuevo ese desgarro. Ese miedo.

100 días.

Una de esas noches, sólo pude dormir para tener pesadillas. Soñaba tu nombre, soñaba con golpes y soñaba que lloraba. Despierta, repetía tu nombre, me aterraban los golpes y lloraba. Y decidí que yo sólo quería no pasar por eso más veces si podíamos evitarlo.

0 días.

No ha vuelto a ocurrir. Es un alivio. Pero no te voy a mentir, siempre me quedó un poco de miedo. Nunca te he contado qué fue ese año para mí porque nunca lo consideré oportuno. Yo sólo estaba ahí, a mí no me pasó nada. Tampoco ahora he contado qué fue ese año para mí del todo. Supongo que hay dolores y miedos que no se pueden contar.

Yo siempre he sabido que volvería a pasar por ello por ti si hacía falta. Pero esperaba con todas mis fuerzas que ojalá no hiciera falta. Ojalá hiciéramos todo lo que dependía de nosotros para que no volviera a hacer falta.

Es lo único que alguna vez te pedí.

Que hiciéramos todo lo posible para evitarlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo