Aún me acuerdo de todo.
Probablemente tú no te acuerdes pero yo no lo he olvidado, ni se me ha ocurrido querer intentarlo.
Recuerdo el roce de tu mano en mi codo, tus labios y los míos y mis dedos en tu pelo. Mi nudo en el estómago, tus manos en mi tripa, intentando deshacerlo pero no consiguiéndolo.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan a gusto en ningún sitio como en tus brazos. Lo quería todo y no pude permitirme el lujo de tener menos. Al final, apenas tuve nada más allá de un esbozo tembloroso a sucio cuando yo lo que más deseaba era derramar toda la tinta sobre el papel.
Y ese dibujo a lápiz en cristales empañados me sirve ahora para no acordarme de olvidarme de ti cada día un rato, al abrazar la almohada antes de irme a dormir. Para jugar con el fuego de fantasear y soñar despierta con lo que ni podría haber sido ni podrá ser. Parece que me queman las manos mientras lo escribo.
También me acuerdo del último día volviendo a casa, incapaz de no sonreír e incapaz de ignorar que aquello iba a doler.
Un día me di cuenta de que sonreías todo el rato cuando hablabas conmigo. Otro día te vi mirarme como nadie me había mirado antes. Y aunque a veces, entre el tiempo y la ausencia, te me empiezas a difuminar y te envuelves en la neblina más o menos espesa de lo irreal, no puedo evitar colgarme de esa sonrisa y de esa mirada.
Otra vez, otro poquito, cada día antes de dormir.
Comentarios
Publicar un comentario