Agua y brasas.
A veces, no queda mucho más que hacer que observar cómo las cosas, sencillamente, van desapareciendo poco a poco. Como una rama seca devorada por el fuego, como las llamas cuando nada las alimenta o como un bloque de sal se disuelve al paso constante del agua.
Realmente, no es culpa de nadie. Ni de quien no sentía lo que su corazón no podía sentir ni de quien no quiso conformarse con menos. Porque no existe el amor a medias.
Y, aún así, créeme que no es tan sencillo dejar las cosas ir. Intentas aferrarte a lo bien que te hicieron sentir durante un momento, a cómo podría haber sido todo si todo hubiese sido distinto. Intentas agarrar con las manos ese torrente de agua que se te escapa entre los dedos disolviendo todo a su paso.
Porque, por más que viva de esperanzas más de lo juiciosamente recomendable, ni las esperanzas ni los deseos pueden vivir del aire eternamente. Ningún fuego sobrevive sin oxígeno.
Y, además, en realidad, todo siempre ha sido nada.
Me molesta y, a la vez, me alivia reconocer ese lugar en el que, a golpe de indiferencia, todo me empieza a ser indiferente.
Sin embargo, no creas que no es un momento complicado. Porque realmente quiero saber cómo sería todo si todo fuera diferente. O si terminase de entender por completo que, si pienso en ti, pienso en la imagen de ti que construí para irme a dormir y que, en realidad, no existe.
No me atrevo a tocar nada: ni las ramas, ni las brasas, ni el agua, ni la sal. Pero tampoco te voy a mentir, no me importaría que fueses tú quien reavivase mi incendio, aunque sólo si fuera a golpe de sinceridad.
Y sabiendo que yo, en el amor, lo quiero todo, porque si no, no es amor. Y sabiendo que yo nunca quiero menos que amor.
Comentarios
Publicar un comentario