Ocho seises del once.

El tiempo pasa como siempre, implacable, sin nadie que le suplique que pare un momento, que tanta velocidad arrastra algunos recuerdos. Recuerdos que se van, y los que no, se quedan empañados por el humo de algún cigarro que consume los días, los meses, los años. En realidad casi todo está olvidado... Pero hay veces que una voz, repasa muy bajito las operaciones de un cuadernillo Rubio de verano, o corrige faltas de ortografía, o enseña a su nieta lo que es desafinar cuando ella toca la flauta. Otras veces aparece el recuerdo de una foto en sepia, y alguien pregunta "¿dónde está?". El del medio, el de la batería. Pero esa batería está muda, ya nadie la toca, ya no es lo mismo. Tiempo entre tinieblas, tiempo que corre, que vuela, tiempo entre humareda, tiempo que se va y no vuelve. 

Y yo me sigo preguntando, como cada año, cómo se puede echar de menos algo que apenas recuerdas. Y es que no lo recuerdo pero está. Está en las canciones, en cada nota, en cada roce de una baqueta sobre cualquier batería. Está en cualquier sello de cualquier carta. Está, pero le echo de menos. Y es que ya van ocho seises de noviembre.


"Vuela, vuela libre, mi paloma
vuela, vuela libre, mi amor.
Tu luz y bendición no me abandonan
si volviera a nacer, sería contigo, amor.
No lloro, mi paloma, ya no lloro
no lloro pajarito, amor mío.
Voy con la fe, con la esperanza
porque te amo, mi amor,
yo te voy a encontrar..."
Maná, Vuela libre paloma.

Como cada año, como siempre, te echo de menos, ya lo sabes, dónde sea que estés. 
Como cada año, como siempre, para siempre, tu nieta.

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