Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2017

Los agostos congelados.

Tengo frío, pero no de ese que se cura con abrazos ni de ese que te pone la nariz roja y al mirarnos nos da por reír. Es un frío que me cala hasta dentro, que me paraliza los huesos y que me congela la sangre en las venas  y el viento que, hasta ahora, soplaba mis velas. Es un frío que me deja la cara llena de escarcha salada, que me pega las pestañas y me devora las entrañas susurrando que no se piensa marchar. Tengo frío y necesito que alguien me arrope por las noches, que me regale un beso en la frente, un "tú puedes", un "todo esto va a terminar y tú, tú te vas a merecer el cielo." Pero yo no quiero el cielo, yo te quiero a ti. Que me arropes con tu piel y nos curemos labio con labio las heridas, despacio y hacer nudos con nuestras manos para que no se suelten estos lazos que me atan a la cordura. Ojalá encuentres un puerto seguro en mi cintura y en el filo de mi cadera una respuesta a ...

Atocha.

Me está comiendo la impaciencia, y lo sabes. Quedan ocho horas y yo sólo pienso en abrazarte fuerte, y eso que no sé si tus abrazos van a ser calma, tormenta, refugio, o la bomba que detone esta paz que me he construido a golpes. He estado leyendo poesía y te he visto en tantos versos que me parecía un pecado no regalarte uno de los míos. Tengo un as de corazones guardado en la manga porque a veces creo en la magia, en las señales disfrazadas de casualidades, y en que el tiempo pone todo en su lugar y nos pondrá, tal vez, juntos en la misma playa. Me han dicho varias veces que me merezco el cielo pero la verdad es que no me parece tan mal el infierno mientras tú me beses. Intento escribir nuestra historia aunque sé que lo harían mejor las baldosas de Atocha, nuestra esquina del museo, Moyano, o los árboles del Paseo del Prado donde me disparaste, a lo bestia, a bocajarro, a corazón abierto. Ellos podrían contarlo mejor porque a mí,  ya lo sabes...

Alfileres, treces y deseos.

No tengo espacio en el pecho para guardar tanto latido, ni me queda fuerza en las costillas para contener un corazón que parece querer salir corriendo. Y sin embargo, todo lo demás me sobra. Las manos, los ojos, la boca, los brazos, la piel. Por una vez, me vengo grande. Me vengo grande porque se me derrama la vida en una copa de mala suerte y doscientos "por qué a mí", "por qué a nosotros", "por qué a ti." A veces me siento tan nada, tan débil, tan pequeña, tan con huesos de alfiler, tan poca cosa, tan diana de todos los dardos que lanzan los espejos que siento mis piernas temblar al ritmo de mi "no puedo más." Pero otras... Otras veces desde el espejo me se me lanza la pregunta "¿cómo guardas tanta fuerza en tan poquito cuerpo?" y te juro que en la vida me he sentido más grande. Nunca me han dado miedo los gatos negros, ni la sal derramada en la mesa, ni los paraguas abiertos bajo techo, mi n...

Abismo.

Nunca el suelo había estado tan lejos de mis pies, ni la realidad tan lejos de mis manos, nunca el vacío fue tan grande y te juro que el miedo jamás lo había sentido tan intenso. Nunca. Las pesadillas dejaron de ser fantasmas para ser la vida, a puñaladas, cuando me quiero despertar y mi cabeza es un huracán furioso porque esto no puede ser real. A cañonazos se me han venido abajo la fuerza, el valor, la calma, pero jamás me había sido tan fácil encontrarlos sólo para regalártelos a ti. El 4 de julio estos versos me comían las entrañas, pero al verlos escritos decidí dejarlos escondidos. Vete tú a saber por qué, no me gustaban. Pasaron los días (todo va tan lento últimamente) y, al volver a fijarme en ellos, de pronto, me parecieron maravillosos. Decían exactamente lo que yo sabía que pretendía decir en aquel momento, aunque ya habían dejado de tener significado. Y menos mal. Hoy, vuelvo a ellos y vuelvo a reflejarme en lo que esconden, aunque se haya tran...