Los agostos congelados.
Tengo frío,
pero no de ese que se cura con abrazos
ni de ese que te pone la nariz roja
y al mirarnos
nos da por reír.
nos da por reír.
Es un frío que me cala hasta dentro,
que me paraliza los huesos
y que me congela la sangre en las venas
y el viento que, hasta ahora, soplaba mis velas.
Es un frío que me deja la cara
llena de escarcha salada,
que me pega las pestañas
y me devora las entrañas
susurrando
que no se piensa marchar.
Tengo frío
y necesito
que alguien me arrope por las noches,
que me regale un beso en la frente,
un "tú puedes",
un "todo esto va a terminar
y tú,
tú te vas a merecer el cielo."
Pero yo no quiero el cielo,
yo te quiero a ti.
Que me arropes con tu piel
y nos curemos labio con labio
las heridas,
despacio
y hacer nudos con nuestras manos
para que no se suelten estos lazos
que me atan a la cordura.
Ojalá encuentres un puerto seguro en mi cintura
y en el filo de mi cadera
una respuesta a cada una de tus dudas.
Lo peor
es que quien de verdad lleva el timón en esta historia
es el tiempo,
el tic-tac de un reloj
que se ríe porque sabe que va demasiado lento.
Tengo frío
y, por favor, que alguien me arrope,
porque yo
ya
no puedo más.
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