Alfileres, treces y deseos.

No tengo espacio en el pecho
para guardar tanto latido,
ni me queda fuerza en las costillas
para contener un corazón
que parece querer salir corriendo.

Y sin embargo, todo lo demás me sobra.
Las manos,
los ojos,
la boca,
los brazos,
la piel.
Por una vez,
me vengo grande.

Me vengo grande porque se me derrama la vida
en una copa de mala suerte
y doscientos "por qué a mí",
"por qué a nosotros",
"por qué a ti."

A veces
me siento tan nada,
tan débil,
tan pequeña,
tan con huesos de alfiler,
tan poca cosa,
tan diana de todos los dardos que lanzan los espejos
que siento mis piernas temblar
al ritmo de mi "no puedo más."

Pero otras...

Otras veces
desde el espejo me se me lanza la pregunta
"¿cómo guardas tanta fuerza
en tan poquito cuerpo?"
y te juro que en la vida me he sentido más grande.

Nunca me han dado miedo
los gatos negros,
ni la sal derramada en la mesa,
ni los paraguas abiertos bajo techo,
mi número favorito es el trece,
y nunca he confiado en las margaritas
cuando me dicen que no.

Y sin embargo
las noches de verano le hablo a la Luna,
pido deseos a las estrellas,
se me van los ojos detrás de un campo de tréboles
buscando la suerte,
y cuando sueño algo tan bonito
que me duele la vida al despertar
me lo guardo para mí
porque dicen
que si lo cuentas, no se cumple,
y a mí
no me compensa tanto riesgo.

Lo he vuelto a hacer.

Vine aquí a escribir sobre tristeza
y me voy queriéndome más.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo