Apnea.

La vida desde hace tiempo se convirtió en un paseo bajo el mar sin botella de oxígeno. Al principio tenía una angustia muy grande en el pecho, un dolor en los pulmones que gritaban pidiendo alimento. Poco a poco me acostumbré, pero no tengo muy claro si fue a no respirar o a escuchar el ruido que me venía de dentro. 

Cerré los ojos por culpa de la sal, y continué el viaje a ciegas, recordando a veces que me faltaba un poco el aire, sin encontrar ese algo a lo que aferrarme cuando a cada brazada me quedo sin fuerzas. O cuando no tengo ganas de esforzarme en nadar. Algo que me ayude a ir por donde tengo que ir cuando prefiero dejarme llevar. O cuando quiero dar media vuelta.

Hace mucho desde la última vez que necesité inspirar una buena bocanada de aire y desde que noté como me crujían los pulmones, furiosos. Y de repente, en medio de este torbellino que me arrastra y yo, que no sé si quiero dejarme arrastrar u oponerme a su fuerza, he pensado que lo que más me apetecía era inspirar hondo, y me han vuelto a temblar las manos. De pronto, me has hecho falta. 

Y me da miedo, porque yo era de esas que podía hacerse largos enteros en la piscina sin salir a respirar, sin siquiera necesitarlo. Pero desde el instante en que volvía a coger aire, mis pulmones enloquecían y pedían oxígeno a cada impulso. Se olvidaban de que habían sido capaces de sobrevivir sin él.

Me da miedo, porque no hay salida posible que no sea una trampa, puesta por la vida, puesta por otro, o puesta por mí, pero al fin y al cabo, trampa. 

Me da miedo porque el universo no me da tregua, no tengo tiempo para recuperar una frecuencia cardiaca normal antes continuar buceando. Porque no hay oxígeno.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo