Domingos por la mañana que no saben ser normales.

Una promesa de una llamada a la mañana siguiente. ¿Y cuándo? No sé, tú llama. Pí-pí-píiiiiiiii... Cuelgas, pero no sueltas el móvil. La música suena más bajo de lo normal, pero aún así, no te deja pensar con claridad. Y la mano con la que sujetas el móvil vibra. El móvil vibra. Es él. Eres el ejemplo vivo de la imbecilidad, por eso te quedas leyendo su nombre en la pantallita y tardas un poco más en contestar. Pero cuando lo haces respiras más o menos normal, es él, no hay duda, y escuchar su voz es... tranquilizador, aunque el pulso se te acelere ligeramente. Promete que estará ahí, promesa no cumplida exactamente, pero que sabe compensar con dos besos que huelen a él. Y después, cinco minutos que pasan en su mayoría en silencio, un silencio terrible, incómodo, pero que saboreas hasta que se disuelve en un par de palabras. Al final, como todo, como la lluvia, el arcoiris o los días estupendos, llegáis a vuestro destino. Fin.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo