Piano.

Ese, no otro. Que suene a la madera de la que está hecho, a la tarima que lo sostiene, a las voces que inundan ese aire cada mañana, cada mediodía, cada noche.  No suena a piano blanco, a notas limpias y puras. Suena a una tarde de pasar por allí. Suena a ti. Suena a canciones que, sin querer, le recuerdan al corazón lo que sentía en ese momento. Sonaba a querer, a querer poder, a no saber si querer y a no saber si querer poder. Suena a mí ese mismo día. Suena a risas que hace demasiado que no se escuchan. Suena, por un lado, a nostalgia, a querer que amanezca nublado sin saber si luego brillará el sol o no, a ratos de césped, a cinco. Suena, por otro lado, a un corazón encogido, a un cruce de caminos todos difíciles, a ojos que pretenden no decir nada y sin querer lo dicen todo distraídos en buscar la canción de otro camino. Por último, suena a "sé feliz". Suena como si dijese "pude ser el principio, pero la historia la compones tú y el final puede no llegar si tú no quieres que llegue". Suena a piano. Suena a ese piano. Y, si de mí y de ti depende, no va a dejar de sonar...

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