La chica de las gafas de sol.
Ahí va, con sus gafas de sol puestas. Son como un par de escudos oscuros que le permiten mirar a quien quiera sin ser descubierta. O son un par de escudos oscuros que le permiten viajar en tren sin que nadie se entere de que, ahí detrás, sus ojos están empapados.
Amenaza tormenta.
Entonces, una lágrima fugaz se le escapa, traspasa la barrera de protección de los cristales negros y cae mejilla abajo. Y es posible que alguien en ese vagón se haya dado cuenta de que está llorando. A lo mejor alguien sabe que está triste, pero nadie sabe que lleva todo el día intentando evitarlo. Nadie sabe descifrar las palabras que caben en esa lágrima, y nadie sabe que un día ya lo regaló todo y hoy ya no le queda nada más; ni deseos que pedir, ni velas que soplar.
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