Una de dos.

Érase una vez una chica que dejó de soñar, porque no tenía con qué hacerlo. No quería cerrar los ojos porque no sabía qué iba a ver, ni quería lanzar monedas al aire porque no se creía capaz de soportar una respuesta a tal desorden.

Le temblaban las manos descontroladas, le temblaba la voz pero no las canciones. Le temblaba el corazón despeinado, y le temblaba el alma asustada. Le pesaba el aire en los pulmones, y le pesaba el tiempo de todos los relojes, algunos dormidos y otros demasiado veloces.

Le dolían las opciones, todas válidas y a la vez ninguna, clavándosele como espinas en la sonrisa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo