1893.
Cada fin de año es un punto de partida nuevo, como si no pudiéramos cambiar lo que está mal los trescientos sesenta y tantos días restantes. Pero incluso quién cree que cualquier día es un buen día para comenzar, el uno de enero hace balance de los últimos doce meses. Cada uno a su manera, supongo.
Reconozco que mi balance es poco imparcial, que sólo tengo en cuenta las cosas buenas que han pasado. Pero es que en realidad son las únicas que vale la pena recordar, las malas no necesitan ser registradas porque no se olvidan fácilmente. Al pasar, hacia adelante y hacia atrás, todas las páginas llenas de tinta de colores y momentos bonitos, la vida parece un poco mejor. No debe ser tan triste si está llena de risas, de viajes, de libros, de triunfos, de aprendizajes, de canciones, de avances, de amigos, de fuerza, de valentía, de bacon y queso de cabra, de cielos azules, de tormentas de verano, de casualidades, de esfuerzo recompensado, de abrazos. De felicidad, en definitiva.
Si el 2015 me regaló nada menos que 1893 cosas buenas, me permito el lujo de volverme ambiciosa y pedirle al 2016 que me traiga más. Al fin y al cabo, poco me importa si son cosas que vengan volando y se choquen con mi mano al escribir o si me cuesta esfuerzo y lágrimas encontrarlas y plasmarlas. Quiero que existan, que me traigan felicidad y que dentro de doce meses pueda volver a contar que la vida, después de todo, no es tan mala como a veces parece.
Busco trescientos sesenta y seis días optimistas, días de paz y días de adrenalina. Que se me acelere el corazón de ganas y que no pueda dormir de emoción. Quiero flores y sorpresas, quiero aeropuertos y sitios desconocidos. Quiero amor del bueno. Quiero alcanzar la siguiente cima que la vida me ponga delante.
Busco trescientos sesenta y seis retos.
Comentarios
Publicar un comentario