En fin...

En principio es normal, se supone. Las hormonas bailan en tu cuerpo como quieren, pero tú eso no lo notas. En tu mente bailan nombres. Es extraño, pero empezaste a tenerlo claro desde el día que escribiste cierta frase con rotuladores de colores y la pusiste dónde puedes leerla todos los días. "Algo ha cambiado. Alguien ha debido mover las fichas del tablero, de manera que los caballos y alfiles empiezan a ser más importantes que el rey". Pero el rey de las negras sigue teniendo ese algo, esa sonrisa que apenas muestra, ese olor adictivo, esos ojos, ese tacto... esa manera de abrazar. Las blancas avanzan, decididas, con fuerza, ellas también bailan. Hasta los peones se creen importantes.

Puedes decir que la partida está perdida y, en el fondo, no sabes quién prefieres que gane. Te sigue matando el "y si", te matan las ganas de reír, de sentir otra vez todo eso que se siente al principio... y todo eso, alrededor del rey de las fichas negras, no vas a volver a sentirlo más. Él no tiene ni idea de nada de lo que pasa. Por no saberlo no lo sabes ni tú. Pero el mundo está hecho para que todo encaje extrañamente, y el rey de las negras, intuyéndose perdido, le guiña un ojo a esa observadora ligeramente imparcial. Se carga toda imparcialidad. Y además... abrazos de esos fingidos. Pero, ¿y qué más da? Total, nadie ha dicho que en el ajedrez eso esté prohibido.

Y cuando parece que, por fin, alguien va a gritar "Jaque mate"... te das cuenta de que la partida está, desde el principio, empatada.

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