Recordar sólo lo bueno.

Es raro. Pensaba que no iba a volver a escribirte a ti, pero nuestra media despedida (porque tú nunca te despediste, igual que nunca saludaste) de hace tantos meses no me parecía adecuada. Porque igual que ya no eres nada, antes fuiste todo, casi todo. O al menos yo pretendía que lo fueras, pero nunca te dejaste. Y es que siempre hay alguna canción en el iPod que me hace recordar, aunque ya no duela, y, qué quieres que te diga, ahora las cosas se ven mejor, tal vez porque prefiero recordar sólo lo bueno.

He recordado cada vez que nos cruzábamos, las pocas veces que mirabas, las menos frecuentes aún que saludabas. He recordado esa vez que intentaste tranquilizarme ("tranquila" ojos verdes, "respira" ojos verdes, "relájate" y más ojos verdes). Pero con más cariño he recordado ese abrazo... esa vez que sabía que no iba a poder verte llorar sin llorar yo, y te pedí permiso para abrazarte. Probablemente era la vez, hasta aquel día, que más valor conseguía reunir. O esos domingos por la mañana que no saben ser normales. O mil cosas. 

Que sepas que, por no quererte, no dejo de querer lo mejor para ti. Porque en esos buenos recuerdos que probablemente sólo yo recuerdo, veía eso que querías esconder, esa persona que se deja querer. Y te pido que, alguna vez, dejes que alguien te quiera. Que a todos nos hacen daño, pero el mundo sigue dando vueltas, todo sigue, y nosotros también. Tú me hiciste daño, pero seguí. Y ya no duele. Nada de nada, te lo aseguro. Dejó de doler hace tiempo, cuando el rey de las fichas negras cayó en mi partida de ajedrez.
Creo que este adiós sí merece la pena. Vuelve a no maquillar un hasta luego, pero es el adiós que se merece todo el tiempo que te quise. 

Ahora sí. Adiós.

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