Guardar.

Se acaba la Navidad, y hay que guardarlo todo. Las cintas de colores en sus cajas, las bolas del árbol, las figuritas del belén. Todo vuelve a su sitio. Las luces de Madrid se apagan, las calles se vacían. Echando a vista atrás, recuerdas que cuando terminó la última Navidad te prometiste que para el año siguiente, las fiestas tendrían nombre, apellidos y ojos verdes. No sabías que prometías, pero, como todo últimamente, es mejor que cualquier cosa que podrías haber esperado hace trescientos sesenta y cinco días. Qué cosas. Una parte de ti siente pena porque se acaba, porque faltan trescientos cincuenta días para que todo vuelva a empezar, para volver a ver Love Actually y pensar "pues mi historia es más bonita", para ser incapaz de andar por el centro, para comer chocolate con churros. Pero la otra parte sólo tiene ganas de vivir y de que las cosas lleguen cuando tengan que llegar, porque te ha quedado claro que todo es mejor si pasa cuando le toca. Así que supongo que es el momento de vivir cada segundo, de querer cada segundo. Porque este preciso segundo es el que más te he querido de toda mi vida, pero nunca más voy a volver a quererte tan poco.
Feliz fin de una maravillosa Navidad. Feliz vuelta a una maravillosa realidad. 

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