Explosión.

A veces, el temblor de un sólo ladrillo puede hacer que se desmorone todo el castillo.

Suele pasar, que para verlo todo más claro, basta con apagar la luz. La oscuridad, un abrazo del edredón y una caricia de la almohada. Las palabras vienen todas juntas, de golpe y en tropel a mi cabeza, y quieren salir. Y dejo el edredón y una almohada para liberar esas palabras en el papel, para que no se pierdan. No vaya a ser que la noche me cambie, y las cambie. No vaya a ser que mañana me despierte y no me acuerde de que esta noche sólo quiero dejarlo todo.
Sé que lanzar estas palabras ahora es como lanzar un avión de papel pidiendo socorro en mitad de una tormenta. Se irán directas al vacío, y cuando caigan en los ojos de alguien, qué más dará, si la noche me habrá cambiado, y las palabras ya no tendrán sentido.

¿Que sepa que mañana cuando despierte lo veré todo distinto le quita peso a estas palabras? Porque, de verdad, yo las siento mucho y muy fuerte.

Qué manía tiene la gente con obligar a los demás a sonreír. "No tengas esa cara tan triste, que ya casi es viernes", dice un desconocido. Y le sonríes, y el primer impulso que viene, nada más darle la espalda, es llorar. Sólo porque te ha pedido una sonrisa. Y es que nada consigue desmoronar con tanta facilidad ese armatoste que habías montado.

Y es que nada da más ganas de llorar, que forzar una sonrisa.

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