Libros, rosas y cosas bonitas.

El tiempo pasa y a veces parece que ni nos damos cuenta.

Hace un año, en otro día de libros y rosas, decidí buscarle cinco cosas bonitas a cada veinticuatro horas. Pasara lo que pasara. No había excepciones y no había excusas válidas. Y hoy la vida me parece otra.

En este último año, repleto de cosas bonitas que, por venir solas o por salir a buscarlas, acabaron plasmadas en una agenda que se convirtió en un diario discreto, creo haber llorado más que en el resto de mi vida. Lo pienso y lloro otra vez, y se me emborrona lo que escribo y me duele el alma.

Dos de las personas que más quería se fueron. Por voluntad propia o no. Para siempre o quién sabe. No tiene marcha atrás, y hoy me invento una rosa y una historia para cada una de ellas. Un castillo de nubes y rosas blancas para ella, un castillo sobre un río y toda mi rosaleda para él.

Unos puntos suspensivos que se me escapan después de cada intento de punto final.

Ni sabía entonces ni sé ahora lo que es la felicidad, pero he aprendido a sacar las ganas de buscar ese algo que pueda llenar la lista cuando veo que flaquea, y me he dado cuenta que hay cosas bonitas incluso en los días más negros. Pinceles que gotean blanco sobre los lienzos oscuros.

Y sin querer, mezclé mi día favorito, el de los libros y las rosas, con el día que decidí empezar a ser feliz. Y aun a veces con el corazón encogido y los ojos empapados, la lista se completa.

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