De cuando todas las cosas iban bien.

Una vez leí que cuando una historia ha terminado, puedes mirar hacia atrás y ver los máximos y los mínimos, los mejores y los peores momentos. Y yo cuando miro hacia atrás, puedo ver cuando fui más feliz. Cuando todo marchaba bien.

El esfuerzo tenía recompensa, la amenaza de un salto al vacío se quedó en eso, en amenaza, los días tenían decenas de estrellas por las que valía la pena salir de la cama y enfrentarse al mundo, y la estrella más brillante de todas me rozaba los labios. Era ese verano en que todas las cosas iban bien. Antes de muchas cosas buenas, y todas las malas.

Porque la vida se torció, o la torcí, o me torcí, o se torció y me torcí con ella, y nunca volvió a encontrar el equilibrio que tuvo. El pico más alto ya había pasado y nunca más iba a alcanzar la cima de nuevo. Me convertí en una silla coja, o una frase incompleta, o una historia a medias, y yo lo que quería era vivir en un final feliz para siempre.

Cuando todo funcionaba bien no me daba miedo hacer planes, pensar en futuros muy lejanos y construirlos despacio en mi cabeza. Cuando todo iba bien contar lo que llevaba dentro no era una obligación, sino una necesidad. Cuando todo era perfecto sonreía y mis labios formaban tres arrugas, mi cara se llenaba de mofletes y lo único que me hacía llorar era alegría.

Hoy, cuando miro fotos de aquel verano, pienso "esto es de cuando todas las cosas iban bien". De cuando viví en la cima.

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