Vete.
Patadas en el estómago y retortijones en el alma, ganas de escribir "pero no tengo tiempo" que se transforman en necesidad, presión en los ojos, en las manos, en el pecho, en la vida. La angustia que no se va por más que le grito vete.
Vete.
Se lo digo a esta asfixia que tengo dentro, no a ti. Tú no, tú no te vayas. Es más, por favor vuelve, que tengo un sitio a mi lado y está vacío. Sigo guardándolo para ti. Sí, todavía. Y, si he de ser sincera, quiero seguir reservándotelo, no tengo ganas de que nadie más lo ocupe. Ni ganas de tener ganas de reemplazarte.
Tengo ganas de martirizarme un ratito más: por no tener ganas de tener ganas de olvidarte, por torturarme de tanto en tanto, por todas las palabras que podía haber dicho y no dije y por aquellas que dije que mejor podría haberme callado, por cada una de las piedras que lancé a nuestro tejado, por cada una de las grietas que causé. Por tu adiós, por tu olvido, por tu rencor. Por seguir viviendo en el mismo universo que tú. Porque todo eso me duele. Me patea el estómago y me retuerce el alma.
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