Cerrar el último de trece.

Decir adiós a los babis, al avestruz Mariluz, adiós a la plastilina, a las tizas de colores, a los rotuladores, al patio verde, al de arena, al patio rojo, al polideportivo. Adiós a las napolitanas de chocolate del recreo, a los martes y jueves comiendo pizza en la cafetería. Adiós a escuchar las películas que ponen en el aula de música. Adiós a aprenderse qué significaba cada numerito del parte, para saber si nos habían puesto algo bueno o malo. Adiós a los "¡el polo por dentro!". Adiós a pedir llaves para abrir los baños. Adiós a subir resoplando las escaleras. Adiós a las ocho de la mañana, adiós a las tres de la tarde.

Puedo decirle adiós a todo, con más o menos dolor, pero hay una cosa, sólo una cosa, a la que no puedo decirle adiós, porque me partiría el corazón. Por ello, hasta luego, vosotros, hasta siempre, vosotros. Vosotros, que habéis llenado de vida mi vida, de alegría los pasillos, de sonrisas los exámenes bañados en lágrimas. Vosotros, que recordáis por qué cantamos, que sois "aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas", esas pequeñas cosas que "nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve". Gracias por cada día de cada uno de estos trece años. Gracias, hasta luego y hasta siempre, porque con vosotros no existe el "adiós".

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo