Verano.
Una vez más, verano; como cada agosto, verano; como cada año, verano. Tarde de verano, tarde de asfixiante verano. Tarde en la que los rayos del sol son casi puñales ardientes.
Tarde de pensar en el verano, de saber que es verano, de saber qué es verano. De saber qué era y de saber qué es ahora.
Verano.
Podía significar un cambio, grande y vertiginoso, como una montaña rusa que aterroriza y luego calma para aterrorizar después. Para dañar con tanto terror.
Podía significar esperar, estado de espera, "stand by", descanso, paciencia, temor, celos a las olas del mar pero también felicidad porque, después de todo, la vida está en pause y el corazón pidió vacaciones porque decía que no aguantaba más mentiras.
Significó de nuevo un cambio, grande y vertiginoso, como una montaña rusa que aterrorizaba, más si cabe, para luego calmar, y volver a aterrorizar. Y dañar, con suavidad, de esa manera que el invierno, con caricias de pétalos de rosa sabe curar con infinito cuidado.
Significa. Significa cambiar a pasos agigantados y crecer, cambiar lo que ha sido toda una vida y dirigirla a lo que será. No significa esperar, no hay "stand by", el corazón no necesita vacaciones. El corazón necesita vivir, latir con fuerza, soñar, saber, buscar, sentir, querer, amar. De hecho, el corazón está viviendo, latiendo, soñando, sabiendo, buscando, sintiendo y, sobre todo, queriendo y amando.
No es una noche de verano, pero sabes que llegará, esa mágica noche del mes menos mágico. Esa mágica noche en la que las plumas vuelan y sienten, y sienten la tinta que corre por el papel. De momento es tarde de verano, de agosto, asfixiante, porque el sol cuyos rayos hieren no son los del Sol que lejos de herir cura y quiere.
Digamos que ese sol no es mi Sol.
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