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Mostrando entradas de 2017

2017.

Cuánto ha crecido en un año la niña que hace doce meses se creía heroína, la que pensaba que había roto sus cadenas, que decía que tenía menos miedo y que se sentía con las alas medio  abiertas. Cuánto ha pasado. Ahora se siente un lingotazo de fuerza, como el último chupito de la noche, tan poquita cosa, pero superviviente de todas las tormentas. Ahora los espejos le devuelven la mirada con orgullo, los ojos le saben a caricias y le nacen flores en el pelo. Las canciones ya no son terremotos  sino puertos seguros, y me arroparon el día que me refugié bajo la lluvia mientras huía del verano. Se me llenaron los pulmones de agujas y, a pesar del dolor, me cosí un vestido con ellas. Encontré manos para mí cuando me olvidé de caminar; las que siempre estuvieron, las que se fueron y volvieron, y las que aparecen cuando más falta hacen. También perdí y reaprendí que, a veces, perder es una victoria. Y vencí. A mí, al miedo, a las ...

A la deriva.

Ojalá pudieran capturarse las sensaciones y guardarlas en frascos de cristal para recordarlas luego, porque estoy sintiendo como en medio de tanta oscuridad se prende una vela y no quiero que nunca se me olvide esta paz. Me perdí, pero no como se  pierde  quién olvida el camino, sino con el pánico de quien, de pronto, no sabe a dónde quiere ir, y de tanto caminar en círculos, tropieza, cae y se sienta en el suelo a esperar a que pase la tormenta. Y ella no tiene pinta de querer escampar. Metí las manos en los bolsillos y me clavé los cristales de mis miedos, de mi inseguridad, de mi "yo no puedo", de mi "no voy a llegar", y toda esa sangre,  gota a gota, me borró el destino y me mató los sueños, y todo ese dolor, desgarro a desgarro, un día me despertó y se me puso delante de los ojos en forma de poema. La ventaja de caminar sin rumbo fijo es que no sabes con qué cosas buenas te vas a tropezar. Ni tengo mapas, ni los quiero, por...

Allí.

Cierra los ojos, mi vida, que estoy ahí. Estoy en cada pliegue de tus sábanas, cantándote bajito esa canción que habla  de no tener miedo si estás a mi lado. Estoy enredada en tus manos sin intención alguna de soltarte, en cada arruga de tu ropa con mi vicio eterno de acariciarte, con las ganas, la impaciencia y todos estos besos que guardo para darte. Eres mi billete de ida a la Luna, el cohete que me sube a las estrellas, y el motivo de esos aterrizajes forzosos que terminan siempre en tus brazos. Eres un beso en la frente y en el cuello y en los labios, eres un pespunte de caricias en la espalda, huracán, diluvio, volcán, y la mejor de las calmas. Eres fuerza y eres el cemento que sostiene mis versos, esa risa tonta  y esta carita roja que se me pone al acordarme de ti. Parece que no, pero el tic-tac del reloj no entiende de frenos, y cada día más es uno menos. Cada día estás más cerca, lo sabe este invierno que no llega, l...

Lección aprendida.

No sé si quien merece la pena es quien te la quita o quien tiene el valor de quedarse a tu lado hasta que pasa, pero sé que tengo fe ciega en las tormentas, que me despierto feliz si truena y que, cuando creo que me voy a torcer, siempre hay alguien que me recuerda que ningún rosal crece derecho. No sé si tengo más ganas de disparar a matar o de romper a llorar, pero sé que las cojo todas y las convierto en versos que tal vez sean lanzas, no lo sé, y tal vez acierten al estrellarse en tus retinas, o tal vez sean sólo el humo de un tren a vapor que, créeme, no va a frenar hasta que alcance su cima. Escribo con las plumas de las alas de mi ángel de la guarda, con un trozo de alma y otro de corazón en cada palabra, con un poco de mí quitándome la ropa en cada estrofa y un poco de ti trepando a mi boca. Cada uno de mis versos es un trozo de mi piel y otro poco de lo que guardo debajo, las piezas de un puzzle esperando a que tú llegues y te atrevas a monta...

Los agostos congelados.

Tengo frío, pero no de ese que se cura con abrazos ni de ese que te pone la nariz roja y al mirarnos nos da por reír. Es un frío que me cala hasta dentro, que me paraliza los huesos y que me congela la sangre en las venas  y el viento que, hasta ahora, soplaba mis velas. Es un frío que me deja la cara llena de escarcha salada, que me pega las pestañas y me devora las entrañas susurrando que no se piensa marchar. Tengo frío y necesito que alguien me arrope por las noches, que me regale un beso en la frente, un "tú puedes", un "todo esto va a terminar y tú, tú te vas a merecer el cielo." Pero yo no quiero el cielo, yo te quiero a ti. Que me arropes con tu piel y nos curemos labio con labio las heridas, despacio y hacer nudos con nuestras manos para que no se suelten estos lazos que me atan a la cordura. Ojalá encuentres un puerto seguro en mi cintura y en el filo de mi cadera una respuesta a ...

Atocha.

Me está comiendo la impaciencia, y lo sabes. Quedan ocho horas y yo sólo pienso en abrazarte fuerte, y eso que no sé si tus abrazos van a ser calma, tormenta, refugio, o la bomba que detone esta paz que me he construido a golpes. He estado leyendo poesía y te he visto en tantos versos que me parecía un pecado no regalarte uno de los míos. Tengo un as de corazones guardado en la manga porque a veces creo en la magia, en las señales disfrazadas de casualidades, y en que el tiempo pone todo en su lugar y nos pondrá, tal vez, juntos en la misma playa. Me han dicho varias veces que me merezco el cielo pero la verdad es que no me parece tan mal el infierno mientras tú me beses. Intento escribir nuestra historia aunque sé que lo harían mejor las baldosas de Atocha, nuestra esquina del museo, Moyano, o los árboles del Paseo del Prado donde me disparaste, a lo bestia, a bocajarro, a corazón abierto. Ellos podrían contarlo mejor porque a mí,  ya lo sabes...

Alfileres, treces y deseos.

No tengo espacio en el pecho para guardar tanto latido, ni me queda fuerza en las costillas para contener un corazón que parece querer salir corriendo. Y sin embargo, todo lo demás me sobra. Las manos, los ojos, la boca, los brazos, la piel. Por una vez, me vengo grande. Me vengo grande porque se me derrama la vida en una copa de mala suerte y doscientos "por qué a mí", "por qué a nosotros", "por qué a ti." A veces me siento tan nada, tan débil, tan pequeña, tan con huesos de alfiler, tan poca cosa, tan diana de todos los dardos que lanzan los espejos que siento mis piernas temblar al ritmo de mi "no puedo más." Pero otras... Otras veces desde el espejo me se me lanza la pregunta "¿cómo guardas tanta fuerza en tan poquito cuerpo?" y te juro que en la vida me he sentido más grande. Nunca me han dado miedo los gatos negros, ni la sal derramada en la mesa, ni los paraguas abiertos bajo techo, mi n...

Abismo.

Nunca el suelo había estado tan lejos de mis pies, ni la realidad tan lejos de mis manos, nunca el vacío fue tan grande y te juro que el miedo jamás lo había sentido tan intenso. Nunca. Las pesadillas dejaron de ser fantasmas para ser la vida, a puñaladas, cuando me quiero despertar y mi cabeza es un huracán furioso porque esto no puede ser real. A cañonazos se me han venido abajo la fuerza, el valor, la calma, pero jamás me había sido tan fácil encontrarlos sólo para regalártelos a ti. El 4 de julio estos versos me comían las entrañas, pero al verlos escritos decidí dejarlos escondidos. Vete tú a saber por qué, no me gustaban. Pasaron los días (todo va tan lento últimamente) y, al volver a fijarme en ellos, de pronto, me parecieron maravillosos. Decían exactamente lo que yo sabía que pretendía decir en aquel momento, aunque ya habían dejado de tener significado. Y menos mal. Hoy, vuelvo a ellos y vuelvo a reflejarme en lo que esconden, aunque se haya tran...

Llamada desesperada de auxilio.

De repente, un día, precipicio. Caigo, pero no aterrizo, no hay, siquiera, un suelo contra el que estrellarme. Sólo caigo. Grito de furia, de dolor, de impotencia. Pero tampoco me quedan fuerzas, sólo para caer. Nada tiene sentido, ni siquiera estos versos chapuceros que improviso como una medida desesperada, un grito de auxilio, una vía de escape entre tanta caída. Nadie sabe el miedo que tengo, lo encierro en un jarrón. Pero, a veces, se desborda como un río y ruge furioso y me ahoga. Y se me ha olvidado nadar. Tal vez no te des cuenta pero llevo todo este tiempo sujetando tu mano  con la fuerza que no me queda para respirar y cada noche, al dormir, te imagino a mi lado, y te abrazo para que me sientas allí. Todos los días pido por despertarme mañana de esta pesadilla, pido para que, en lo que dura la caída se abra ese par de alas de cristal que me ayudaste a coser en mi espalda. Mañana me escocerán los ojos lo mismo que ahora me escue...

Cazadores de versos.

Cerré los ojos y pedí un deseo. Te pedí. Nos pedí. Sin relojes, ni calendarios, ni ropa, y con caricias de esas que se dan con la yema de los dedos y te dibujan la boca y la espalda y las estrellas del cielo. Nos pedí cazadores de los tesoros que se esconden entre las sábanas, y nos pedí terremotos de esos en los que lo único que se pierde es la compostura. Me pedí  contándote que, aún a veces, me entran ganas de llorar porque te juro que no me creo la suerte que tengo por tenerte. Y te pedí arropándome con tus brazos y un beso en la frente, con caricias en el cuello, y el alma, y los huesos, y cosquillas en el corazón. Te pedí riéndote bajito y con esa sonrisa y esos ojos que me aconsejan huir, y ante los que yo  siempre me rindo. Y me pedí vestida de carcajadas, enredada en esa mirada por la que no volvería a dormir. Te pedí. Me pedí, contigo. Nos pedí.

01:00 AM.

No hay edredón en el mundo capaz de contener esta fuga de versos que me obliga a saltar de la cama y escribir que no me puedo dormir. Que se me ha clavado un desvelo en el corazón y mis costillas han construido una prisión para que no se escape, dejándome boli en mano en mitad de la noche. No entiendo el motivo pero parece que mis ojos se hubieran abierto de par en par buscando la rima perfecta entre el gotelé de la pared o entre los colores de unas flores de papel. No puedo dormirme porque me falta un abrazo, una medicina que me calme y me diga que hemos desahuciado a los monstruos que vivían bajo mi cama. No puedo dormirme porque, encajado en el pecho, tengo un corazón pegando voces desesperado porque se le han gastado las pastillas de frenos y sabe que tiene un muro justo a dos palmos. Me han contado que tengo muchos frentes abiertos como si no supiera ya que yo misma soy verdugo y víctima y como si cada latido no me sonase a cañonazo. La oscur...

Me quedo a vivir aquí.

Tengo una sensación flotando entre los rizos de mi pelo que se escurre entre las arrugas de mi ropa y se engancha en ese inicio de carrera que amenaza mis medias. Baila al compás de mi falda si yo bailo al compás de una canción de esas que te ponen de buen humor y me recorre entera y me acaricia la piel y me cuenta que el espejo hoy le ha hablado bien de mí. Es casi tan suave y dulce como el roce de mis piernas con tus sábanas o las yemas de tus dedos con las terminaciones nerviosas de mi espalda. Tengo una sensación  y la siento  delicada como si fuera de encaje. La reconozco volátil como el humo y aún así quiero aferrarme a ella como al ritmo de la canción favorita que no tengo. Tengo una sensación preciosa y ojalá pudiera quedarme a vivir en ella. Es la batería que marca el ritmo que llevan mis tacones y es la pasión de un pinta labios de color rojo vistiendo de caricias mi boca y el dolor dulce de un par de...

Sabotaje.

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Nunca creí en las armaduras nunca me fié de su utilidad, tal vez porque todas mis puñaladas me vienen siempre de dentro. A veces detonación a detonación me rompo del todo y la máscara que uso para que nadie se entere no tiene cómo sostenerse y se me revienta contra el suelo. El día que decido bucear y descubrir qué es eso que me destroza me encuentro con que tiene mis ojos mi pelo mi cara mi voz y dice que no soy lo suficiente. Me refugio en poemas que van de niñas que no saben lo que valen y deseo con mucha fuerza que en realidad mi cerebro sea un estafador que se viste de tasador y me engaña al hablarme mal de mi valor. Deseo con toda mi alma arrancarme la venda de cuajo que se rompa tanta cadena y pincharme en vena el remedio contra el veneno que yo misma destilo y me bebo. ¿Cómo se vence a un enemigo que llevas dentro? ¿Cómo se apacigua una tormenta cuando una parte de ti te dispara a quemarropa y la otra dice "para, para de hacerte esto...

Mi ángel de la guarda.

Tuve un profesor que decía que lo de "no hay palabras para expresar lo que siento" era una mentira de las grandes. Que sí que las hay pero que tú no sabes usarlas. Y debo ser entonces una inútil de récord porque no encuentro las palabras que acierten a contar cómo cada vez que he estado a punto de despeñarme has aparecido tú como un saliente en la montaña para volver a impulsarme hacia arriba. Yo no encuentro ahora palabras, pero tú sí las encontraste cada vez que me hundía y me hacías llorar de emoción y devolverle la mirada a la vida sabiendo que rendirse ni siquiera es la última opción. Pisas todos los días el pódium de las cosas más bonitas que le pasan a mis horas. Pepito Grillo, diario secreto el ángel de la guarda que en la vida creí merecer. Y el mejor bote salvavidas cuando la cosa se pone cuesta arriba. Gracias por aparecer en mi vida por aquel "no te abandones" que me dijiste en el momento justo para que se me tatuara en ...

Entre los huesos y el alma.

Preferiría compartir sábanas contigo y no con estas pesadillas que hacen del apagar la luz cada noche la crónica de mi muerte anunciada. Que si se me acelera el pulso fuera porque me besas en noséqué punto exacto y no porque parezca que llevo  un corsé de acero que hace que el corazón me lata fuerte porque quiere romperlo. Y, de paso, mis costillas. La poesía es esa con la que te encuentras en una habitación sin luz y no sabes si va a hacer el amor contigo o si te va a atravesar el pecho de un balazo. Tengo la sangre llena de cristales y alfileres en el miocardio que ahoga un grito  a cada latido. Quiero que vengas a unir a besos los puntos de mi cuerpo que son mis lunares con la impaciencia del niño  ansioso por descubrir el dibujo que aparece y con el miedo de quien sabe que igual, lo que sale, es la cara del monstruo que me come por dentro. Si pongo muchas ganas llego a escuchar de lejos una nana que trata de dormir este dragón que ...

Querida Yo del espejo.

Hace poco leí que Sara Búho decía que somos de quien vemos cuando nos miramos al espejo .  A mí, desde el espejo me mira una chica delgada, castaña y de ojos claros, cambiante como un maldito huracán. A veces le brillan en los iris azules estrellas fugaces, a veces de la boca se le escapa una sonrisa pintada de rojo y cree que puede salir ahí fuera a comerse el mundo. O mejor aún, que ya lo lleva dentro.  Pero otras veces... Otras veces el espejo se rompe y se nos clava. Cada uno de los trozos de cristal roto nos atraviesa la piel y nos rompe. Nos hace jirones la vida. Porque no somos lo suficiente, da igual qué. Lo suficientemente alto, lo suficientemente bajo, lo suficientemente delgado, lo suficientemente gordo, lo suficientemente moreno, lo suficientemente blanco. Los peores cristales los llevamos dentro, no necesitamos que un espejo nos los eche en cara. Nunca llegamos demasiado lejos, nunca damos lo que habríamos podido, nunca somos demasiado brillante...