Manos vacías.
Igual que si quisiera acariciar el cielo y sólo pudiese sentir entre mis dedos el aire, o como si pretendiese atrapar las nubes y sólo consiguiera ahuyentarlas. Me siento sin nada y con las manos congeladas, sin un trozo de tu espalda que les dé calor.
Otras veces el corazón me late furioso, como si quisiera echar a correr. Que él quiere estar a tu lado aunque yo no pueda, que él por ti iría a donde fuera. Y yo también lo haría, le respondo. Late con más fuerza y se enfurece, y me grita inútil.
Obligo a mis manos a retener a este rebelde en su lugar. Lloran ellas, llora él, lloro yo, porque en el fondo sí quiero que corra para estar contigo. Ya no tengo las manos vacías, porque se me llenan de rabia y tristeza.
En realidad, me consuela pensar que mi corazón corrió antes de que yo pudiera darme cuenta y que, de hecho, te acompaña todos los días. Ha dejado un tambor que retumba doloroso en mi pecho, y nada más.
Comentarios
Publicar un comentario