Opuestos y complementarios.

En el tren a eso de las ocho de la tarde puedes encontrarte una pequeña muestra representativa de toda la población. Hay gente que viaja cómodamente sentada, otros viajan de pie. Algunos van leyendo, o escuchando música, o mirando el móvil. Hay gente que sube y se queda justo ahí, en la puerta, mientras los que pretenden subir detrás se acuerda de él, de su ego, y de la educación que nadie parece haberle dado. Hay gente que deja subir antes de entrar (pero son pocos, para qué nos vamos a engañar). Hay gente que duerme, gente que mira por la ventana.

Hace dos días, yo era de las que miraba por la ventana. 

Anochecía y el cielo estaba partido en dos. Una mitad era naranja, como si ardiera en llamas, y la otra azul, como si pretendiera apagarlo. Y en medio, los dos colores se juntaban en una especie de beso de color gris. Y es que el gris no es tan feo al fin y al cabo.

Algo me trajo a la cabeza en ese momento que el azul y el naranja eran colores complementarios. Sí, de esos que en el círculo cromático están en posiciones opuestas. Es decir, contrarios. Y como son tan distintos que son opuestos, mezclan sus diferencias y se complementan. Se completan. Incluso se atreven a besarse.

Pues lo mismo ocurre con las personas. Un lienzo completamente azul no dice nada, la magia ocurre cuando los colores se mezclan, todos diferentes entre sí, y crean poesía pintada. Porque cada uno de ellos tiene lo que le falta al otro para ser un verso, y al final se pinta un poema maravilloso. 

Próxima parada: ha llegado a su destino.

Menos mal que ese día yo no era de las que escuchaba música, ni leía, ni miraba el móvil, ni dormía.

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