A veces, sorpresas.
Cuántas veces me río y canto y se me rompe la voz, y los ojos me brillan un poco empapados. Cuántas veces al doblar la esquina se me llena el alma de tristeza. Cuántas veces aún me tiemblan las manos cada vez que intento recordar cómo se sentía tu piel. Cuántas veces todavía zozobro un poquito.
Sin embargo también hay veces que, al notar que me hundo y que el agua no me deja respirar, me doy cuenta del poco sentido que tiene todo. Me doy cuenta de que si primero lucho por mí, luego podré luchar por lo que me dé la gana. Pero si lo hago al revés no habrá fuerzas que puedan sostenerme y me caeré, zozobraré y me hundiré.
Y un día... sorpresa. Un sobre y un remite de color rosa. Una chispa y un incendio. Felicidad. Habla de los te quiero que se dicen con demasiada facilidad y me dice que me quiere mucho y de verdad. Habla de la amistad como si fuera un chicle que, a veces, la gente tira cuando se cansa. Me dice, por favor, que nunca me canse de ella y que nunca tire ese chicle, porque nunca perderá sabor. Me dice que soy fuerte; que no lo parece pero que cuando llegan los tsunamis me transformo en un muro y nada puede romperlo.
Me dice muchas cosas y los ojos me brillan empapados.
Por favor, que nunca se pierda la costumbre de dar sorpresas, y que nunca se pierda la costumbre de enviar cartas, porque pocas cosas hay más bonitas que carta por sorpresa que te arranca lágrimas de felicidad.
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