Agotada.

El cansancio acumulado me pesa en los hombros, en los párpados, en el malva de mis ojeras. Y cuando por fin puedo rendirme a él, algo dentro de mí decide soñar... y soñando me despierto tan agotada como me dormí.

Al soñar, estás ahí. Dios mío, abuela, estás ahí. Con una tortilla de patata en las manos, con tus gafas, con tu voz. Estás ahí, y una parte de mi cabeza no para de repetirme que es mentira, que es imposible, porque te has ido y tu marcha es de las que no tienen remedio. Pero es que estás ahí, tan tú, tan de verdad, que yo ya no sé qué es cierto y qué no.

Me despierto y decido que basta ya de soñar, que es una tortura. Y cuando por fin abro los ojos a la luz del día, algo dentro de mí decide que es un buen momento para recordar. Lo que sea con tal de no dejar al corazón sosegarse.

Hace un año, cada una de las terminaciones nerviosas de mi piel se volvía loca bajo el peso de tus caricias. Hoy, preguntan por ti, no se encuentran sentido a sí mismas tan serenas, tan vacías. Sin la necesidad de transmitir impulsos tan urgentes como el roce de tus manos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo