Qué pánico, llega diciembre.

Aprovecho los últimos minutos de noviembre -mes que detesto- antes de que se abra paso, otra vez, mi adorado diciembre. Pero de repente todo está al revés.

Noviembre me hace sentir segura, hay dolor pero es un dolor bonito. Es una ausencia en forma de música y recuerdos ahumados, de sillones verdes vacíos. La ausencia del destinatario de cada canción que canto. Claro que es triste, sí, pero no me desgarra el alma, no sé si me explico.

Sin embargo, diciembre siempre ha estado lleno de luces, de Navidad, de amor y de ti. Al menos desde que diciembre empezó a merecer la pena. Y sin embargo ahora sólo de pensarlo me da pánico, como si supiera que va a arrancarme la piel a jirones y lo único que pudiera curarme las heridas fuera la sal de mis lágrimas o el vinagre de tu ausencia. ¿Ves? Esta ausencia sí que duele, sí que desgarra el alma. Escuece en los ojos y el corazón. 

Me faltas cada maldito día, pero aquí voy, intentando sobrevivir. Y, eh, lo consigo. Pero sigo acumulando los besos que te debo, y empiezan a pesarme. Sigo comprobando si ese de ahí es un Mini Cooper o un Mini One.

Pero al mundo y al tiempo eso les da un poco igual... siguen avanzando y a veces me pasan por encima.

Ya está aquí diciembre, pero tú no vienes con él. Y cómo duele.

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