Creencias de fin de año.
Mañana, por fin, llega el 31 de diciembre, con sus doce uvas (¿cómo dices? ¿trece? ¿quién en su sano juicio tomaría trece uvas en lugar de doce?) y sus propósitos de año nuevo y vida nueva, como si el uno de enero no fuera sólo el día que sigue al 31 de diciembre.
En realidad creo que cada día viene encadenado detrás del anterior, y no hay más. Además, creo que los propósitos de año nuevo nunca se cumplen, por eso yo nunca me proponía nada, sólo hacía balance de los últimos 365 días. Pero este año, con un número feo, decidí ponerme metas y, por qué no, cumplirlas. Y al número feo le acompañaron días muy, muy feos.
También creo que la única diferencia entre el 2014 y el 2015 será que, en los primeras semanas, cuando escriba la fecha habrá un tachón sobre el 4 y un 5 encima. No habrá borrón y cuenta nueva, lo que sienta mañana no voy a dejar de sentirlo pasado, las partidas perdidas no van a reiniciarse. Pero no puedo negar que la mancha de tinta que diga que el año feo ha terminado me dará una pizca de satisfacción. En el fondo, incluso creo en esas cosas.
Pero aún más, creo que cualquier fecha puede ser un punto de partida. El 23 de abril decidí buscarle cinco cosas bonitas a cada día, y no he fallado ninguno. Hasta los trece (¡trece, como las uvas!) de julio más horribles tienen sus cinco cosas bonitas, sus cinco faros de luz. No necesité esperar al principio de un año nuevo para buscarle un lado bueno a la vida.
En definitiva, en lo que creo por encima de todo, es que cualquier día es un buen día para decidirse a ser feliz, a sonreír por la calle, a cantar más fuerte de lo normal, a que te brillen los ojos. A luchar por ti, para así ganar las fuerzas necesarias para luchar por todo lo demás. Quien quiera esperar al día uno para empezar, adelante, pero yo le sacaré días de ventaja.
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