Vendaval.
Otro sábado después de un concierto de Navidad. No cuadran los números, pero en realidad sabes que me da igual trece que diecisiete. Significaban lo mismo.
Diciembre ventoso.
Ahora las hojas secas vuelan y se te ponen todas en el camino, para que las pises con una sonrisa y su crujido emborrone el silencio y acompañe las risas. Te veo muy bien, más feliz que hace un año. Sinceramente, dudo que se pueda valorar mi felicidad enfundada en una camisa blanca y falda negra, con una carpeta de partituras en la mano izquierda. Pero quién sabe.
Ahora el viento cambia de dirección y las hojas secas se te meten en los ojos, y no ves. Trocitos rotos de otoño te arañan las pupilas mientras una voz en tu cabeza dice que tienes unos ojos demasiado bonitos para llorar, pero yo no puedo evitarlo. No sé qué esperabas, este invierno que empezó en julio hace tanto frío que no importa cuánto me abrigue, sigo congelada.
"No llores", dice el cielo, y empieza a llover.
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