La canción que hice mía.

Supongo que si cantas una canción con tanto corazón que la acabas haciendo tuya, es tuya para siempre. No importa nada de lo que ocurra, no importa el tiempo que pase. No importa si el giro de tu historia transforma sus primeros acordes en balas, no importa si te asusta y la abandonas.

Si un día decides volver, ella te estará esperando, en silencio, pero ansiosa por cantarse. Ansiosa porque la cantes. Empieza lenta, sabiendo que estás nerviosa, con miedo a una avalancha en forma de melodía y palabras demasiado acertadas.

Se desliza despacio y con cuidado por toda tu piel, por tu cabeza, por tu estómago. Tú le tienes miedo y ella tiene miedo de asustarte. Poco a poco, casi temblando, te llega al corazón. Te dice que te echaba de menos, y en ese instante eres consciente de lo mucho que la echabas de menos.

La canción termina, y tú haces que vuelva a empezar.

 Esta melodía lleva recuerdos incrustados hasta en los silencios, y la letra incluso en los puntos suspensivos. Sí, los recuerdos son crueles pero la canción no, y continúa con precaución para no hacerte daño.

No te guarda ningún rencor por tanto tiempo de abandono. ¿Cómo iba a hacerlo, si la cantaste con el corazón y no con la voz? ¿Cómo iba a hacerlo, si la hiciste tuya? No puede, ni quiere, hacerte daño. Es la canción triste, de letra triste, melodía triste e historia triste que te arrancó a cantar y te arrancó sonrisas. Casi te arrancó las lágrimas, de pura felicidad.

Y entonces, ocurre: despiertan mis labios,
pronuncian tu nombre tartamudeando,
supongo que piensas “qué chica más tonta”
y me quiero morir.
pero el tiempo se para, y te acercas diciendo
“yo no te conozco y ya te echaba de menos,
cada mañana rechazo el directo y elijo este tren”.

Jueves - La Oreja de Van Gogh


Comentarios

Entradas populares de este blog

Contracorriente

Impuntualidad.

La canción más triste del mundo