Abrazos para curar los inviernos.
Son las ocho de la mañana de un domingo y ella está sentada en la mesa del salón, frente a hojas de papel. Se le cierran los ojos y le tiembla todo el cuerpo. Abre la ventana y se asoma a la calle vacía y helada, tal vez porque estamos en enero. Pero ella ya tiritaba así de fuerte antes. Igual es que no es culpa del invierno...
Es un frío que atraviesa toda la ropa, que alcanza los huesos y los destroza. Es un frío que agota el corazón, cansado de correr por entrar en calor. Es un frío que impide pensar, que impide llorar, que lo único que te permite es suplicarle al mundo un abrazo. Un abrazo, ese abrazo. El suyo, claro.
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