Te veo llegar.
Te veo llegar, al girar la calle. O mejor, al fondo de una calle muy larga, con casas de dos pisos, autobuses rojos y tilos ataviando las aceras. Te veo llegar con un abrigo marrón, pantalones vaqueros, y un bizcocho con pasas y azúcar glas verde que dice thank you en azul.
Pero sobre todo, te veo llegar con una duda colgando de los labios, una pregunta entre las manos, un te quiero que se te quedó en los bolsillos porque te olvidaste de tirarlo. Te veo llegar y deja de llover, la piedra de las fachadas brilla al Sol y los árboles, de pronto, florecen. Coges una flor y la desmembras para mí, me cuentas sus secretos.
Te veo llegar y dices que me huele a frambuesas el pelo. Te veo llegar con mucho tiempo guardado en los labios, con mi esperanza en tus ojos, con mi tranquilidad en tu voz.
Te veo llegar y la ciudad más bonita del mundo se me hace pequeña. Parpadeo, desapareces, y todo se queda atrás.
-A veces daría todo
por escapar de aquí.
Yo miré en la
distancia el verde del muérdago en las casas, las agujas de las cúpulas
medievales, las muescas rectangulares de las torres almenadas.
-¿Escapar de
Oxford? A mí me costaría imaginar un lugar más hermoso.
Los crímenes de Oxford, Guillermo Martínez.
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