¿Tranquilidad?

El viento sopla más de lo normal, y caminar por este camino da auténtico pavor. Apenas tiene fuerza, y una ráfaga demasiado fuerte puede hacerle caer. Parece que las rocas puntiagudas del acantilado se le clavan por todo el cuerpo sólo con mirarlas, y en el suelo aparece una gota de sangre.

Llueve, y el suelo tiembla. Aparece más sangre en el camino, y gota a gota se le escapan las fuerzas, las piernas casi no responden. Tropieza, se rasguña las rodillas; duele, escuece... Como si el salvaje oleaje consiguiera escupir punzadas saladas sobre tus heridas desde el mar. Todavía queda un largo camino por delante y sólo de pensarlo las lágrimas le resbalan por las mejillas. Más salado.

Empieza a sentirse derrotado. Por el viento, el mar, el suelo que tiembla, las rocas, sus propias lágrimas, la sal. Se le acelera el pulso y, como otras tantas veces en los últimos días, se pregunta dónde se ha quedado su tranquilidad. Qué ráfaga de viento se la llevo, qué ola de mar se la ha tragado.

Mi tranquilidad, que era la tuya... Te prometo que creo que nunca me había hecho tanta falta.

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